San
Antonio es un modelo de espiritualidad ascética.
Nace
en Egipto hacia el año 250, hijo de acaudalados campesinos.
Durante
una celebración Eucarística escucho las Palabras de Jesús: "Si quieres ser
perfecto, ve y vende todo lo que tienes y dalo a los pobres".
Al
morir sus padres, San Antonio entregó su hermana al cuidado de las vírgenes
consagradas , distribuyó sus bienes entre los pobres y se retiró al desierto,
donde comenzó a llevar una vida de penitencia. Hizo vida eremítica en el
desierto, junto a un cierto experto llamado Pablo. Después vivió junto a un
cementerio, siendo testigo de la vida de Jesús que vence el temor a la muerte.
Organizó
comunidades de oración y trabajo. Pero prefirió retirarse de nuevo al desierto.
Allí logró conciliar la vida solitaria con la dirección de un monasterio. Viajó a Alejandría para apoyar la fe católica
ante las herejía arriana.
Tuvo
muchos discípulos; trabajó en favor de la Iglesia , confortando a los confesores de la fe
durante la persecución de Diocleciano, y apoyando a san Atanasio en sus luchas
contra los arrianos.
Una
colección de anécdotas, conocida como "apotegmas" demuestra su
espiritualidad evangélica clara e incisiva.
Murió
hacia el año 356, en el monte Colzim, próximo al mar Rojo. Se dice que de
avanzada edad pero no se conoce su fecha de nacimiento.
Patrón
de tejedores de cestos, fabricantes de pinceles, cementerios, carniceros,
animales domésticos.
La vocación de san Antonio
Señor
y Dios nuestro, que llamaste al desierto a san Antonio, abad, para que te
sirviera con una vida santa, concédenos, por su intercesión, que sepamos
negarnos a nosotros mismos para amarte a ti siempre sobre todas las cosas. Por
nuestro Señor Jesucristo.
La vocación de san Antonio
De
la Vida de san
Antonio, escrita por san Atanasio, obispo
Caps.
2-4
Cuando
murieron sus padres, Antonio tenía unos dieciocho o veinte años, y quedó él
solo con su única hermana, pequeña aún, teniendo que encargarse de la casa y
del cuidado de su hermana.
Habían
transcurrido apenas seis meses de la muerte de sus padres, cuando un día en que
se dirigía, según costumbre, a la iglesia, iba pensando en su interior «los
apóstoles lo habían dejado todo para seguir al Salvador, y cómo, según narran
los Hechos de los apóstoles, muchos vendían sus posesiones y ponían el precio
de venta a los pies de los apóstoles para que lo repartieran entre los pobres;
pensaba también en la magnitud de la esperanza que para éstos estaba reservada
en el cielo; imbuido de estos pensamientos, entró en la iglesia, y dio la
casualidad de que en aquel momento estaban leyendo aquellas palabras del Señor
en el Evangelio:
Si
quieres llegar hasta el final, vende lo que tienes, da el dinero a los pobres
–así tendrás un tesoro en el cielo– y luego vente conmigo».
Entonces
Antonio, como si Dios le hubiese infundido el recuerdo de lo que habían hecho
los santos y con aquellas palabras hubiesen sido leídas especialmente para él,
salió en seguida de la iglesia e hizo donación a los aldeanos de las posesiones
heredadas de sus padres (tenía trescientas parcelas fértiles y muy hermosas),
con el fin de evitar toda inquietud para sí y para su hermana. Vendió también
todos sus bienes muebles y repartió entre los pobres la considerable cantidad
resultante de esta venta, reservando sólo una pequeña parte para su hermana.
Habiendo
vuelto a entrar en la iglesia, oyó aquellas palabras del Señor en el Evangelio:
«No os agobiéis por el mañana».
Saliendo
otra vez, dio a los necesitados incluso lo poco que se había reservado, ya que
no soportaba que quedase su poder ni la más mínima cantidad. Encomendó su
hermana a unas vírgenes que él sabía eran de confianza y cuidó de que recibiese
una conveniente educación; en cuanto a él, a partir de entonces, libre ya de
cuidados ajenos, emprendió en frente de su misma casa una vida de ascetismo y
de intensa mortificación.
Trabajaba
con sus propias manos, ya que conocía aquella afirmación de la Escritura : El que no
trabaja que no coma; lo que ganaba con su trabajo lo destinaba parte a su
propio sustento, parte a los pobres.
Oraba
con mucha frecuencia, ya que había aprendido que es necesario retirarse para
ser constantes en orar: en efecto, ponía tanta atención en la lectura, que
retenía todo lo que había leído, hasta tal punto que llego un momento en que su
memoria suplía los libros.
Todos
los habitantes del lugar, y todos los hombres honrados, cuya compañía
frecuentaba, al ver su conducta, lo llamaban amigo de Dios; y todos lo amaban
como a un hijo o como a un hermano.
Oración
No hay comentarios:
Publicar un comentario