La Virgen Patriota y la batalla de la Coronilla
El 27 de mayo de 1812 es un momento central en la
historia de la Virgen Patriota, cuando nuevamente fue removida de su altar y
conducida, esta vez no al campo de batalla, sino sólo hasta el umbral de la
Iglesia Matriz, desde donde brindó su bendición a los hombres y mujeres que se
dirigieron a la colina de San Sebastián para inmolar sus vidas en nuevo
enfrentamiento contra la ofensiva del poderoso ejército del Rey, al mando de
Goyeneche.
Cuando la compacta multitud pasaba por la puerta de
la Iglesia Matriz, las mujeres pidieron a gritos conducir a la Virgen Patriota
a la colina de San Sebastián donde se desarrollaría la batalla, a lo que se
opuso el sacerdote de la parroquia quedando –en consecuencia– expuesta la
imagen de la Virgen en la puerta del templo sobre sus andas, sostenidas por
cuatro mujeres(3).
La batalla del 27 de mayo del 1812
A unos pasos del lugar, en las laderas de la colina
de San Sebastián(4), los patriotas cochabambinos, buena parte de
ellos mujeres, se enfrentaron a las tropas del realista J. Manuel Goyeneche.
Si bien esta historia está en revisión porque no
existe la documentación precisa, la historia no ha identificado a ninguna de
estas mujeres; las mujeres ayudaron a sus compañeros y pelearon juntos, si bien
resulta que se sumen las mujeres a una batalla, sin embargo la gloria alcanza a
todas las mujeres y a ninguna en particular.
El paisaje de esta zona en la colonia era rural y
aldeano, árido y polvoriento habitado por comerciantes artesanos, productores
agrícolas, conformado por mestizos forasteros y arrenderos (cf. Solares, 1990:
34-35). La ciudad comprendía ochenta manzanas: dividida en ocho cuarteles, cada
cuartel comprendía diez y más manzanas(5).
El paso arrasador de Goyeneche se sintió en
Cochabamba el 27 de mayo de 1812. El matón del Desaguadero halló una
ciudad protegida por ancianos, mujeres y niños que resistían el ataque realista
con piedras y palos. La masacre de San Sebastián fue la obra maestra del
llamado Conde de Guaqui.
Las tropas de Goyeneche ingresaron a la ciudad
formando dos columnas por La Tamborada y El Ticti. El general cusqueño organizó
patrullas de avanzada que allanaron casas, tiendas y haciendas en la ciudad y
sus entornos, buscando a los jefes del movimiento libertario.
Las mujeres salieron a las calles protestando, junto
con sus hijos, contra aquellos allanamientos. "¡¡Nuestro hogar es
sagrado!!" gritaban mientras se dirigían a la colina de San Sebastián,
produciéndose un insólito aglomerado de gente.
La sorpresa
del realista no tuvo límites –ni su ira– cuando tropezó con un pequeño ejército
armado de machetes, mazos, algunos fusiles y tres cañones. No fue difícil para
Goyeneche ganar semejante batalla aquel 27 de mayo de 1812. La descripción que
hace Augusto Guzmán es una de las más detalladas de los historiadores (cf.:
1953: 142-149 y 1998: 101-105), las descargas de artillería contra las tropas
del Conde de Guaqui, quien despliega su caballería en aprestos belicosos
dispone el ataque por tres columnas bajo la protección de la artillería, avanzando
él mismo de frente por el centro. El fuego se mantiene activo durante dos
horas, la montonera lucha bravamente, la caballería realista avanza por tres
frentes sobre las tres cumbres de la serranía.
Cuando el general Goyeneche observo los cañones de estaño
de Cochabamba, que eran arcabuces muy blancos y relucientes como de plata, pero
de humilde estaño de una vara y nueve pulgadas y calibre de de dos onzas (cf.
Antezana, 2012:124).
Relata Nataniel Aguirre:
“Clara la pobre palomita
se había desplomado desmayada delante de la abuela a los primeros disparos, y
fue salvada sin conocimiento por las mujeres que comenzaron a huir con el
Mellizo y su digno compañero. Dionisio ocupó su lugar y cayó con el cráneo
destrozado. Mi amigo Luis le sucedió resueltamente, y su voz resonó con la
de la anciana hasta que una bala le atravesó los pulmones”. (Resaltado propio,
cf. 1987: 248-255).
A las cinco de la tarde se apagan los fuegos sobre
300 bajas de hombres y mujeres que sangran en las colinas como despojos humanos
privados de toda esperanza y auxilio. Era común que los caídos en las batallas
quedasen en el mismo sitio, victimados por la artillería, apuñalados,
golpeados, quemados como causa frecuente de la muerte (cf. Ponce, 1954: 247).
Como la consigna era el saqueo en las 80 manzanas de
la ciudad, la gente se agolpa en las puertas de las Iglesias en busca de
seguridad y asilo. En el duro combate quedaron los cadáveres sangrantes de las
heroicas vallunas (cf. Taborga, 1981:232).
Con este relato se puede evidenciar la similitud de
lesiones que presentan con los restos que
ahora se encuentran en la Iglesia de San Antonio.
Según los datos que tenemos, hasta 1831 se prohíben
oficialmente el enterramiento en las iglesias(6), según se consultó
en el libro de entierros de la Parroquia más cercana, allí no figuran entierros
numerosos el día de la batalla(7).
Es de lógica que una vez que termina la batalla estos
restos sean llevados a la iglesia más próxima para ser enterrados en su
cementerio o que mueran los heridos tratando de refugiarse del enemigo en estos
lugares sagrados.
Según N. Aguirre (cf. De la
Fuente, 5/06/2011) la leyendaria anciana ciega que murió en la Coronilla
se llamaba Josefa (Chepa) Flores, y que según Urquidi, en su obra Bolivianas
Ilustres citado por De la Fuente, sólo dos de las quince heroínas citadas en
dicha lista, estuvieron presentes en el combate de la Coronilla, siendo ellas:
Manuela Gandarillas y Manuela De la Tapia. De las cuales, no se sabe a ciencia
cierta si Gandarillas murió en esta acción; de De la Tapia se tienen evidencias
que sobrevivió a la misma, habiendo sido después desterrada a Potosí. Del resto
de las heroínas mencionadas en esa lista, habría que seguir investigando si
algunas de ellas u otras estuvieron presentes y fallecieron o sobrevivieron a
esta acción de la Coronilla.
“[El 9 de diciembre de 1882] En edad avanzada
fallece la reliquia de las patriotas cochabambinas doña Balvina Méndez que
juntamente con su hermana que fue la Señora Clotilde Méndez de Carillo y un grupo
aguerrido de mujeres entusiastas por la causa de la libertad luchó hasta el
heroísmo en la colina de San Sebastián, suburbio de la ciudad del Tunari,
aclamando la independencia; valientemente sostenida por padres, esposos e
hijos, contra las huestes realistas comandadas por el irascible y temerario
José Manuel de Goyeneche y Barreda.
“La última en sobrevivir
a sus legendarias compañeras, lleva tras de sí el recuerdo de la leyenda
histórica y el poema de los grandes hechos, consignados en la prensa y el libro
por los mejores apologistas del nuevo mundo” (Morales, 1925: 23.)
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