Queridos
hermanos y hermanas de Ecuador, Bolivia y Paraguay:
Falta
poco para el viaje. Con este saludo previo quisiera expresar mi cercanía, mi
simpatía, mi buena voluntad. Mi deseo es estar con ustedes, compartir sus
preocupaciones, manifestarles mi afecto y cercanía y alegrarme con ustedes
también.
Quiero
ser testigo de esta alegría del Evangelio y llevarles la ternura y la caricia
de Dios, nuestro Padre, especialmente a sus hijos más necesitados, a los
ancianos, a los enfermos, a los encarcelados, a los pobres, a los que son
víctimas de esta cultura del descarte. El amor del Padre tan misericordioso nos
permite sin medida descubrir el rostro de su Hijo Jesús en cada hermano, en
cada hermana nuestra, en el prójimo. Solamente es necesario aproximarse,
hacerse prójimo. Como Jesús le dijo a aquel joven doctor de la ley cuando le
preguntó: ¿Quién es mi prójimo? Hacer lo que hizo el buen samaritano, anda y
hacer lo mismo, acercarte, no pases de largo.
En
este viaje visitaré tres naciones hermanas en esas tierras del Conteniente
americano. La fe que todos nosotros compartimos es fuente de fraternidad y
solidaridad, construye pueblos, forma familia de familias, fomenta la concordia
y alienta el deseo y el compromiso por la paz.
En
estos días previos a nuestro encuentro, doy gracias a Dios por ustedes, y pido
que sean perseverantes en la fe, que tengan el fuego del amor, de la caridad y
que se mantengan firmes en la esperanza que nunca defrauda. Les ruego que unan
sus oraciones a las mías para que el anuncio del Evangelio llegue a las
periferias más alejadas y siga haciendo que los valores del Reino de Dios sean
fermento de la tierra también en nuestros días.
Que
la Virgen Santa
los cuide, como Madre de América, los cuide y que el Señor los bendiga. Muchas
gracias, hasta prontito y, por favor, no se olviden de rezar por mí.
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