El
Cardenal Angelo Amato, Prefecto de la Congregación para las Causas de los
Santos, anunció que los padres de Santa Teresita de Lisieux, Louis y Zelie
Martin, serán canonizados en octubre de este año, mes en el que se realizará el
Sínodo de la Familia en el Vaticano.
El
anuncio del Cardenal Amato se da solo algunos días luego que el Obispo de
Bayeux-Lisieux (Francia) informara su intención de abrir la causa de
beatificación de la hermana “difícil” de Santa Teresa de Lisieux, Leonia
Martin, la tercera de los nueve hijos del matrimonio de Louis y Zelie.
“Gracias
a Dios en octubre se canonizarán a dos cónyuges, los padres de Santa Teresa de
Lisieux”, dijo el Cardenal Amato durante en un reciente encuentro organizado
por la Librería Editora Vaticana para hablar sobre el tema “¿Para qué sirven
los santos?”, resaltando la importancia de la santidad de la familia, tema del
Sínodo que reunirá a cardenales, obispos y expertos de todo el mundo para
reflexionar sobre el tema de la familia.
“Los
santos no solo son los sacerdotes y las religiosas, sino también los laicos”,
aseguró el Purpurado refiriéndose al matrimonio francés.
Louis
y Zelie fueron beatificados el 19 de octubre de 2008 por el entonces Papa
Benedicto XVI y su canonización sería la primera en la historia de este tipo.
Su
camino a los altares ha superado en el tiempo a los cónyuges Luigi y Maria
Beltrame Quattrochi, beatificados también simultáneamente en octubre del año
2001.
Louis
y Zelie Martin son los padres Santa Teresita del Niño Jesús, Patrona de las
misiones y una de las santas más queridas por el Papa Francisco, proclamada
doctora de la glesia por el Papa San Juan Pablo II en 1997.
Casados
en 1858, Louis y Zelie tuvieron nueve niños, de los cuales cuatro murieron en
la infancia y cinco siguieron la vida religiosa.
Biografía
Santa
Teresita de Lisieux escribió una vez:”Dios me ha dado un padre y una madre más
dignos del cielo que de la tierra”(Carta 261). ¿Quienes fueron estos padres tan
maravillosos?
Luis
Martin nació en Burdeos el 22 de agosto de 1823. Era el segundo de los cinco
hijos del matrimonio Pierre-François Martin, capitán del ejército francés, y
Marie Anne Fanny Boureau, cristianos de fe viva. La primera formación de Luis
estuvo vinculada a la vida militar y se benefició de las facilidades que tenían
los hijos de los militares.
Al
jubilarse su padre, la familia se trasladó a Alençon (1831) y Luis estudió con
los Hermanos de las Escuelas Cristianas de la ciudad. Tanto en la familia como
en el colegio recibió una sólida formación religiosa.
Terminados
los estudios, no se inclinó hacia la vida militar, sino que quiso aprender el
oficio de relojero, primero en Bretaña, luego en Rennes, Estrasburgo, en el
Gran San Bernardo (Alpes suizos) y por último en París.
A
los veintidós años sintió el deseo de consagrarse a Dios en la vida religiosa.
Para ello, se dirigió al monasterio del Gran San Bernardo, con intención de
ingresar en esta Orden, pero no fue admitido porque no sabía latín. Con gran
valor se dedicó a estudiarlo durante más de un año, con clases particulares;
pero, finalmente, renunció a ese proyecto. No se sabe mucho de este período:
sólo que su madre en una carta le exhortaba a "ser siempre humilde",
y que mostró su valentía y sangre fría salvando de morir ahogado al hijo del amigo
de su padre, con el que residía.
En
Alençon puso una relojería. Sus padres, tras la muerte de los otros hijos,
vivieron siempre con él, incluso después de su matrimonio con Celia Guérin.
Hábil
en su oficio, tenía amigos y conocidos con los que le gustaba pescar y jugar al
billar, y era apreciado por sus cualidades poco comunes y por su distinción
natural, que explica por qué le presentaron un proyecto de matrimonio con una
joven de la alta sociedad, al que se negó.
En
1871 vendió el edificio a un sobrino. El amor al silencio y al retiro lo llevó
a comprar una pequeña propiedad con una torre y un jardín. Allí instaló una
estatua de la Virgen, que le había regalado la señora Beaudouin; trasladada más
tarde a Buissonnets, esta imagen fue conocida en todo el mundo como la Virgen
de la Sonrisa.
Celia
Guérin nació en Gandelain, departamento de Orne (Normandía), el 23 de diciembre
de 1831. Era hija de Isidoro Guérin, un militar que a los 39 años decidió
casarse con Louise-Jeanne Macè, dieciséis años más joven que él. De esta unión
nacieron también Marie Louise, la primogénita (fue monja visitandina), e
Isidore, el más pequeño. Para los padres de Celia la vida había sido dura, lo
que repercutía en su manera de ser: eran rudos, autoritarios y exigentes, si bien
tenían una fe firme. Celia, inteligente y comunicativa por naturaleza, dice en
una de sus cartas que su infancia y juventud fueron tristes "como un
sudario". A pesar de ello, cuando su padre, viudo y enfermo, manifestó el
deseo de ir a habitar con ella, lo acogió y cuidó con devoción hasta que murió
en 1868. Afortunadamente encontró en su hermana Marie Louise un alma gemela y una
segunda madre.
Cuando
se jubiló su padre, la familia se estableció en Alençon en 1844. La señora
Guérin abrió un negoció que fracasó. La familia salía adelante con dificultad,
gracias a la pensión y a los trabajos de carpintería del padre. En pocos años,
la situación financiera se hizo muy precaria y no mejoró hasta que las hijas
contribuyeron con su trabajo a cuadrar el balance familiar. Esta situación
económica influyó en los estudios de las hijas: Celia entró en el internado de
las religiosas de la Adoración perpetua; aprendió los primeros rudimentos del
punto de Alençon, un encaje de los más famosos de la época; luego, para perfeccionarse,
se inscribió en la "Êcole dentellière". Mientras tanto, la hermana
mayor se dedicó al bordado, con su madre. Celia conservó un excelente recuerdo
de este tiempo.
Se
dedicó a la confección de dicho encaje. Deseó formar parte de las Hijas de la
Caridad de San Vicente de Paúl, pero no la admitieron. Pidió luz al Señor para
conocer su voluntad y el 8 de diciembre de 1851, después de una novena a la
Inmaculada Concepción, escuchó interiormente las palabras: "Hacer punto de
Alençon". Con la ayuda de su hermana comenzó esta empresa y ya a partir de
1853 era conocida como fabricante del punto de Alençon. En 1858 la casa para la
que trabajaba recibió una medalla de plata por la fabricación de este encaje y
Celia una mención de alabanza. Poco después, su hermana entró en el monasterio
de la Visitación y tomó el nombre de María Dositea.
Un
día, al cruzarse con un joven de noble fisonomía, semblante reservado y dignos
modales, se sintió fuertemente impresionada y oyó interiormente que ese era el
hombre elegido para ella. En poco tiempo los dos jóvenes llegaron a apreciarse
y amarse, y el entendimiento fue tan rápido que contrajeron matrimonio la noche
del 12 al 13 de julio de 1858, tres meses después de su primer encuentro.
Llevaron una vida matrimonial ejemplar: misa diaria, oración personal y
comunitaria, confesión frecuente, participación en la vida parroquial. De su
unión nacieron nueve hijos, cuatro de los cuales murieron prematuramente. Entre
las cinco hijas que sobrevivieron, Teresa, la futura santa patrona de las
misiones, es una fuente preciosa para comprender la santidad de sus padres:
educaban a sus hijas para ser buenas cristianas y ciudadanas honradas. A los 45
años, Celia recibió la noticia de que tenía un tumor en el pecho y pidió a su
cuñada que, cuando ella muriera, ayudara a su marido en la educación de los más
pequeños: vivió la enfermedad con firme esperanza cristiana hasta la muerte, en
agosto de 1877.
Luis
se encontró solo para sacar adelante a su familia: La hija mayor tenía 17 años
y la más pequeña, Teresa, cuatro y medio. Se trasladó a Lisieux, donde residía
el hermano de Celia; de este modo la tía Celina pudo cuidar de las hijas. Entre
1882 y 1887 Luis acompañó a tres de sus hijas al Carmelo. El sacrificio mayor
fue separarse de Teresa, que entró en el Carmelo a los 15 años. Luis tenía una
enfermedad que lo fue invalidando hasta llegar a la pérdida de sus facultades
mentales. Fue internado en el sanatorio de Caen, y murió en julio de 1894.
No
estamos habituados a pensar en la santidad de un matrimonio, porque nuestra
experiencia nos lleva a unir la santidad a un individuo. Juan Pablo II se
atrevió a ir más allá de los esquemas, beatificando a Luis y María Beltrame
Quattrocchi. Después, el Papa Benedicto XVI decidió añadir a ellos a los
cónyuges Martin, a fin de mostrar a los padres y madres de familia de todo el
mundo la grandeza de la vocación a la vida conyugal. Así se concreta la
invitación de Juan Pablo II: "Es el momento de proponer de nuevo a todos
con convicción este "alto grado" de la vida cristiana ordinaria. La
vida entera de la comunidad eclesial y de las familias cristianas debe ir en
esta dirección" (Novo millennio ineunte, 31) y del concilio Vaticano II:
"Todos los fieles, de cualquier estado o condición, están llamados a la
plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad" (Lumen
gentium, 40).
Santos
Louis Martin y Zélie Guérin, padres de Santa Teresita¿Qué es lo que fascina de
los esposos Martin? ¿Qué mensaje deja esta familia a la Iglesia y a la
sociedad? Sin duda fascina la valentía de esta familia que, después de
diecinueve años de matrimonio, ante la crisis económica que afligía a Francia,
queriendo garantizar bienestar y futuro a sus hijos, halló la fuerza de dejar
Alençon y trasladarse a Lisieux, como tantos hombres y mujeres de nuestro
tiempo, "emigrantes" en busca de lo que pudiera hacer más bella la
vida y concreta la esperanza. Hay una belleza que emana de su trabajo artesanal
emprendedor: Luis Martín, como relojero y joyero; y Celia Guérin, como pequeña
empresaria de una taller de bordado. Junto con sus cinco hijas, emplearon tiempo
y dinero en ayudar a quienes tenían necesidad. Su casa no fue una isla feliz en
medio de la miseria, sino un espacio de acogida, comenzando por sus obreros. El
matrimonio Martin nos recuerda que existe una ética que debe imbuir la vida de
los empresarios, poniendo en el centro el valor de la persona humana (cf.
Populorum progressio, 42-44). Anima su testimonio cristiano de laicos, vivido
dentro y fuera de las paredes del hogar, a través de la belleza de su vida, la
fascinación de los sentimientos, la transparencia del amor, sabiendo dedicarse
tiempo, porque "el amor no es un trabajo para hacer deprisa" (M.
Noëlle). El compromiso eclesial de los esposos Martin recuerda que "la
futura evangelización depende, en gran parte, de la iglesia doméstica"
(Familiaris consortio, 52), y tiene el sabor de la ternura.
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