Tradicionalmente en el
Carmelo Teresiano se ha tenido una especial devoción a la Santa Infancia de
Jesús, y esta devoción se puede ver concretada en acontecimientos particulares
que sucedieron a los santos padres de la Orden, Santa Teresa de Jesús y San Juan
de la Cruz. Luego a lo largo de los siglos, sus hijos e hijas de todo el mundo
han continuado expresando y manifestando esta especial devoción a este Misterio
de la Vida de Jesús, que fue su Infancia. De hecho la devoción a la Milagrosa
Imagen del Niño Jesús de Praga, no es más que el resultado de esta historia de
amor a la sencillez y a las virtudes del Santo Niño.
Un hecho inesperado daría
gran impulso a la devoción al Pequeño Rey. Cierto día, en 1639, Fray Cirilo,
tenido ya por muchos como santo, fue buscado por el Conde de Kolowrat, Enrique
Liebsteinski, cuya esposa estaba gravemente enferma. El Conde pidió al
carmelita que llevase la imagen del Niño Jesús a la cabecera de la enferma,
alegando que ella era prima de la princesa Polyxena, que había donado la imagen
al Convento. Como varios médicos ya la habían desahuciado, la única esperanza
que restaba era el Santo Niño.
Fray Cirilo no podía dejar
de atender tan justo pedido. Llegando al cuarto de la moribunda, le dijo el
marido:
“Querida, abre los ojos.
Ved, aquí está el Niño Jesús para curarte”. Con gran esfuerzo la enferma abrió
los ojos, su rostro se iluminó, y ella exclamó:
Oh! ¡El Niño está aquí en mi
cuarto!” E irguió los brazos hacia Él, a fin de besarlo.
Al ver esto, el marido
exclamó exultante:
“Milagro! ¡Milagro! ¡Mi
mujer se ha salvado!”
La alegría fue general. Tan
pronto se restableció, la condesa fue al convento y ofreció al Niño una corona
de oro y objetos preciosos en señal de gratitud.
Este fue uno de los milagros
más célebres atribuidos al Pequeño Rey. A partir de él su devoción comenzó a
diseminarse no sólo en la corte, sino también entre el pueblo de la ciudad y
sus alrededores. Y ante el altar del Niño Dios afluían, cada vez en mayor
número, peregrinos de todas partes.
Eso hizo que una rica dama
de la corte, llevada por devoción indiscreta, hurtase la imagen. Pero este
sacrilegio fue castigado por Dios, y el Pequeño Rey retornó a los Carmelitas.
Las grandes donaciones en
dinero y en bienes, con las cuales los fieles agradecían las gracias recibidas
del Divino Infante, hicieron posible construir la capilla destinada a la
milagrosa imagen. Para su solemne consagración, en 1648, fue invitado el
Arzobispo de Praga, Cardenal Ernesto Adalberto de Harrach, quien concedió a los
frailes la más amplia facultad de celebrar misa en esa ermita del Santo Niño
Jesús. Con esa solemne confirmación del Arzobispo, la capilla del Pequeño Rey
de la Paz se convirtió en un lugar de culto oficial y muy frecuentado.
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