Celebrar la Novena del Carmen en el Año de la Fe
nos obliga a preguntarle a la Virgen María por su forma de creer, por
el modo en que Ella ha vivido y expresado esta actitud cristiana
fundamental. No solo es María bienaventurada porque ha creído (Lc 1,
45), sino que lo es también por las muchas formas en que se nos
manifiesta como creyente y por las variadísimas maneras de vivir la fe y
la relación con Jesús. Inagotable y profunda la fuente de la fe de
María.
Llevados por el evangelio de este día (Mt 9, 18-26: La curación de la hemorroísa y de la hija del funcionario real) aprendemos hoy que la primera forma de fe que ha vivido al Virgen María ha sido la de tocar y ser tocada por el Señor.
La
fe no solo es visión, contemplación y audición de la Palabra en los
diversos misterios de su revelación, sino que en María toma primero la
forma de contacto íntimo, de convivencia y de relación personal
cercanísima con el Señor.
Jesús
no solo quiere contactos superficiales y anónimos como los de la
muchedumbre que le rodea, quizá como las relaciones que establecemos con
él con los ritos vacíos o con las devociones superficiales, Jesús pretende
entrar en relación de diálogo personal y de intimidad de fe
comprometida con cada uno que se le acerca; con tal de que te acerques
en verdad: confesando tus debilidades, enfermedades y necesidades. Solo
cuando el contacto por la fe se hace personal e íntimo, ese contacto
cura toda hemorragia y hasta despierta de la muerte.
Nadie
como Nuestra Señora ha tenido un contacto de intimidad tan profunda con
Jesús. Esa es la forma en que ha vivido su fe primordialmente: como
convivencia en intimidad cotidiana, como contacto permanente y personal,
profundo y en verdad, con el Misterio del Verbo encarnado.
El
nº 31 de la Encíclica del Papa Francisco sobre la fe nos ayuda a
entender y meditar esta forma de la fe de María: “Solamente mediante la
encarnación, compartiendo nuestra humanidad, el conocimiento propio del
amor podía llegar a plenitud. En efecto, la luz de la fe y del amor se
encienden cuando somos tocados en el corazón,
acogiendo la presencia interior del amado, que nos permite reconocer su
misterio. Entendemos entonces por qué, para san Juan, junto al ver y
escuchar, la fe es también un tocar, como afirma en su primera Carta:
“Lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos […] y
palparon nuestras manos acerca del Verbo de la vida” (1 Jn 1,1).[Nadie como María ha sido tocada por Dios en sus entrañas virginales y nadie como ella ha palpado de cerca al Verbo de la Vida].
Con su encarnación, con su venida entre nosotros, Jesús nos ha tocado
y, a través de los sacramentos, también hoy nos toca; de este modo,
transformando nuestro corazón, nos ha permitido y nos sigue permitiendo
reconocerlo y confesarlo como Hijo de Dios. Con la fe, nosotros podemos
tocarlo, y recibir la fuerza de su gracia. San Agustín, comentando el
pasaje de la hemorroísa que toca a Jesús para curarse (cf. Lc 8,45-46), afirma: “Tocar con el corazón, esto es creer”.
También la multitud se agolpa en torno a él, pero no lo roza con el
toque personal de la fe, que reconoce su misterio, el misterio del Hijo
que manifiesta al Padre.”
La
fe que se aprende en la escuela y en la casa de la Virgen del Carmen se
vive ante todo y primeramente como contacto frecuente y convivencia
permanente con el misterio de Jesús y de María en la vida cotidiana. El
contacto habitual con ellos en la oración y en los sacramentos sana
nuestra vida y resucita nuestra fe muerta o dormida.
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