LOS
ORÍGENES DE LA FIESTA DE
LA EPIFANÍA
Desde
tiempos muy remotos, tanto en Oriente como en Occidente la Iglesia celebró el día 6
de enero la manifestación de Dios al mundo.
Para
entender adecuadamente este relato y percibir su contenido teológico es
necesario precisar de antemano el alcance de la cita de Miqueas, quiénes eran
los Magos y qué era la estrella que se dice haberlos guiado hasta la cuna del
Niño.
El
texto de Miqueas
El
centro del episodio de los Magos es la cita del profeta Miqueas, que en el
relato aducen los sacerdotes y escribas consultados por Herodes acerca del
lugar donde había de nacer el Cristo. «Ellos le dijeron: En Belén de Judá,
porque así está escrito por el profeta: Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres,
no, la menor entre los principales clanes de Judá; porque de ti saldrá un
caudillo que será pastor de mi pueblo Israel» (Mt 2,5 ss.).
El
pasaje profético es ciertamente mesiánico. Miqueas consuela a su pueblo, frente
a la amenaza de Asiria, con la promesa de un futuro Libertador, descendiente de
David. Del simple texto no deriva que fuese necesario que el Mesías naciera
materialmente en Belén; bastaba con que fuera oriundo de allí por su
ascendencia davídica.
El
texto de Miqueas en labios de los escribas y en lá pluma del evangelista
significa que para los primeros el Mesías debía nacer en Belén de la
descendencia de David, y el segundo hace constar que Jesús cumplía estos
requisitos.
¿Quiénes
eran los magos?
El
evangelista presenta a los protagonistas del relato como «unos Magos que venían
del Oriente». No dice cuántos eran, ni cómo se llamaban, ni de dónde procedían
exactamente. La tradición antigua navega por todos esos mares, pero sin rumbo
cierto. En cuanto al número, los monumentos arqueológicos fluctúan
considerablemente; un fresco del cementerio de S. Pedro y S. Marcelino en Roma
representa a dos; tres muestra un sarcófago que se conserva en el Museo de
Letrán; cuatro aparecen en el cementerio de Santa Domitila, y hasta ocho en un
vaso del Museo Kircheriano. En las tradiciones orales sirias y armenias llega a
hablarse de doce.
Ha
prevalecido, no obstante, el número de tres acaso por correlación con los tres
dones que ofrecieron -oro incienso y mirra- o porque se los creyó
representantes de las tres razas: Sem, Cam y Jafet.
Los
nombres que se les dan (Melchor, Gaspar, Baltasar) son relativamente recientes.
Aparecen en un manuscrito anónimo italiano del s. IX, y poco antes, en otro
parisino de fines del s. VII, bajo la forma de Bithisarea, Melichior y
Guthaspa.
En
otros autores y regiones se los conoce con nombres totalmente distintos. Su
condición de reyes, que carece absolutamente de fundamento histórico, parece
haberse introducido por una interpretación demasiado literal del Salmo 72,10:
«Los reyes de Tarsis y las islas le ofrecerán dones; los reyes de Arabia y Sabá
le traerán regalos». Nunca en las antiguas representaciones del arte cristiano
aparecen con atributos regios, sino simplemente con gorro frigio y hábitos de
nobles persas.
También
sobre el lugar de su origen discrepan los testimonios antiguos. Unos los hacen
proceder de Persia, otros de Babilonia o de Arabia, y hasta de lugares tan poco
situados al oriente de Palestina como Egipto y Etiopía. Sin embargo, un
precioso dato arqueológico del tiempo de Constantino muestra la antigüedad de
la tradición que parece interpretar mejor la intención del evangelista,
haciéndolos oriundos de Persia. Refiere una carta sinodal del Conc. de
Jerusalén del año 836 que en el 614, cuando los soldados persas de Cosroas II
destruyeron todos los santuarios de Palestina, respetaron la basílica
constantiniana de la
Natividad en Belén, porque, al ver el mosaico del
frontispicio que representaba la
Adoración de los Magos, los creyeron por la indumentaria
compatriotas suyos.
La
estrella de los magos
En
el relato de S. Mateo la estrella juega un papel importante. Es una estrella
que los magos vieron en Oriente, pero que luego no volvieron a ver hasta que
salieron de Jerusalén camino de Belén; entonces se mueve delante de ellos en
dirección norte-sur y, finalmente, se para sobre la casa donde estaba el Niño.
Los
magos dicen haberla reconocido como la estrella de Jesús («Hemos visto su
estrella en Oriente y hemos venido a adorarle»; Mt 2,2). Supuesto el carácter
preternatural de la estrella, que al parecer sólo habría sido visible para los
magos, quedaría por explicar por qué entendieron ellos que era la estrella de
Jesús y se sintieron obligados a desplazarse para adorarle.
Nada
tendría, en ese supuesto, de extraño que persas piadosos se hubieran ido interesando
por las Escrituras de los judíos y participaran de algún modo en su esperanza
en un Mesías Rey, de manera que, al percibir un fenómeno estelar, lo
relacionaran con él. Sea de ello lo que fuere, lo que podemos decir es que, de
una manera u otra, Dios los movió a ponerse en camino y dirigirse a Israel en
espera de un gran rey.
La
celebración de la fiesta de la
Epifanía del Señor
Desde
tiempos muy remotos, tanto en Oriente como en Occidente –a excepción de la
ciudad de Roma y, probablemente, de las provincias de África– la
Iglesia celebró el día 6 de enero la manifestación de Dios al
mundo, fiesta posteriormente conocida como Epifanía. En efecto, ya en el siglo
II se encuentran referencias acerca de una conmemoración del bautismo de Jesús, por parte de algunas sectas gnósticas.
De todos modos, habrá que esperar hasta la segunda mitad del siglo IV para
recoger los primeros testimonios procedentes de ámbitos ortodoxos.
El
origen de la solemnidad de Epifanía es bastante oscuro. Una tras otra se han
sucedido las más variadas hipótesis, si bien, en cualquier caso, parece que la
fiesta surgió dentro del proceso de inculturación de la fe, como
cristianización de una celebración pagana del Sol naciente, de gran arraigo en
la región oriental del Imperio.
Muy
pronto, en Occidente, la fiesta de Epifanía revistió un triple contenido
teológico, como celebración de la manifestación a los gentiles del Dios
encarnado –adoración de los Reyes Magos–, manifestación de la filiación divina
de Jesús –bautismo en el Jordán– y manifestación del poder divino del Señor –
milagro de las bodas de Caná–. En Oriente, con la introducción de la fiesta de la Navidad , el 25 de
diciembre, la solemnidad de Epifanía perdió su carácter de celebración del
nacimiento de Cristo, y se centró en la conmemoración del Bautismo en el
Jordán.
En
la Iglesia
romana, la celebración litúrgica de la Epifanía gira hoy día en torno a la universalidad
del designio salvífico divino. Así, las lecturas refieren la vocación salvífica
de los gentiles, ya anunciada por los profetas (IS 60: 1-6) y realizada
plenamente en Cristo (Ef 3: 2-3. 5-6 y Mt 2: 1-12). Esta misma perspectiva
puede advertirse en los textos eucológicos.
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