El
cristianismo es un mensaje de amor. ¿Por qué entonces exaltar la Cruz? Además,
la Resurrección da sentido a nuestra vida, más que la Cruz.
Pero
ahí está la Cruz, el escándalo de la Cruz, de San Pablo. Nosotros no hubiéramos
introducido la Cruz. Pero los caminos de Dios son diferentes. Los apóstoles la
rechazaban. Y nosotros también. Cuando Clovodeo leía la Pasion exclamaba: ¡Ah,
si hubiera estado allí yo, con mis francos!
La
Cruz es fruto de la libertad y amor de Jesús. No era necesaria. Jesús la ha
querido para mostrarnos su amor y su solidaridad con el dolor humano. Para
compartir nuestro dolor y hacerlo redentor.
Jesús
no ha venido a suprimir el sufrimiento: el sufrimiento seguirá presente entre
nosotros. Tampoco ha venido para explicarlo: seguirá siendo un misterio. Ha
venido para acompañarlo con su presencia.
En
presencia del dolor y muerte de Jesús, el Santo, el Inocente, el Cordero de
Dios, no podemos rebelarnos ante nuestro sufrimiento ni ante el sufrimiento de
los inocentes, aunque siga siendo un tremendo misterio.
Jesús,
en plena juventud, es eliminado y lo acepta para abrirnos el paraíso con la
fuerza de su bondad: "En plenitud de vida y de sendero dió el paso hacia
la muerte porque Él quiso. Mirad, de par en par, el paraíso, abierto por la
fuerza de un Cordero" (Himno de Laudes).
En
toda su vida Jesús no hizo mas que bajar: en la Encarnación, en Belén, en el
destierro. Perseguido, humillado, condenado. Solo sube para ir a la Cruz. Y en
ella está elevado, como la serpiente en el desierto, para que le veamos mejor,
para atraernos e infundirnos esperanza. Pues Jesús no nos salva desde fuera,
como por arte de magia, sino compartiendo nuestros problemas. Jesús no está en
la Cruz para adoctrinarnos olímpicamente, con palabras, sino para compartir
nuestro dolor solidariamente.
Pero
el discípulo no es de mejor condición que el maestro, dice Jesús. Y añade:
"El que quiera venirse conmigo, que reniegue de si mismo, que cargue con
su cruz y me siga". Es fácil seguir a Jesús en Belén, en el Tabor. ¡Qué
bien estamos aquí!, decía Pedro. En Getsemaní se duerme, y luego le niega.
''No
se va al cielo hoy ni de aquí a veinte años. Se va cuando se es pobre y se está
crucificado" (Leon Bloy). "Sube a mi Cruz. Yo no he bajado de ella
todavía" (El Señor a Juan de la Cruz). No tengamos miedo. La Cruz es un
signo más, enriquece, no es un signo menos. El sufrir pasa, el haber sufrido-la
madurez adquirida en el dolor-no pasa jamás. La Cruz son dos palos que se
cruzan: si acomodamos nuestra voluntad a la de Dios, pesa menos. Si besamos la
Cruz de Jesús, besemos la nuestra, astilla de la suya.
La
Cruz aceptada-no la buscada-tiene un gran valor... Dijo una ostra a otra ostra:
"Siento un gran dolor dentro de mí. Es pesado y redondo y me
lastima". Y la otra ostra replicó con arrogancia: "Alabados sean los
cielos y el mar. Yo no siento dolor dentro de mí. Me siento bien e
intacta". Un cangrejo que pasaba por alli las escuchó y dijo a la que
estaba bien e intacta: "Sí, te sientes bien, pero el dolor de la otra es
una hermosa perla".
Es
la ambiguedad del dolor. El que no sufre, queda inmaduro. El que lo acepta, se
santifica. El que lo rechaza, se amarga y se rebela.
Rafael López-Melús, OCD, sobre la fiesta de la
exaltación de la Santa Cruz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario