Beato
Isidoro Bankaja. Mártir del Escapulario.
12
agosto 2015
Nació
Isidoro en la década de 1880, lamentablemente no conocemos la fecha, ni el año,
pues su edad era imprecisa al momento de su muerte. Fueron sus padres Yonzwa y
su madre Inyuka, de religión pagana, como la mayoría de su aldea, Boangi. Tuvo
una hermana y un hermano. De su niñez poco se conoce, pues le encontramos de
nuevo en 1905, y entre los 20 y 25 años, empleado como peón de albañil en una
empresa de Obras Públicas en Mbandaka. Un tiempo antes ya había comenzado su
acercamiento al cristianismo, con la correspondiente catequesis con los monjes
trapenses, misioneros en África. El 6 de mayo de 1906 recibe el Bautismo, y
junto a su filiación a Cristo por medio del Sacramento, recibe la filiación a la Santísima Virgen
por medio de su hábito: el Escapulario del Carmen. En noviembre de ese mismo
año recibe la confirmación y el 8 de agosto de 1907 se acerca por primera vez a
la Eucaristía. Todo
y siempre de la mano de la Madre
de Dios, a quien profesa una ardiente devoción.
Poco
tiempo después comenzó a trabajar en una empresa de caucho propiedad de un
belga de nombre Longange, abiertamente opuesto a la Iglesia y los católicos,
racista (como eran casi todos en el siglo XIX) y de carácter violento. Un día
ve el escapulario que pende del cuello de Isidoro y le conmina a que se quite
ese “amuleto”. Isidoro no obedece, y a los pocos días, viéndole de nuevo con el
escapulario al cuello, manda le den 25 azotes. Isidoro sufrió el castigo con
paciencia, sin quejarse, pero sin quitarse su amado hábito de María.
No
le importa al belga que Isidoro sea cumplidor con el trabajo, puntual, íntegro,
pues le puede el odio a la religión. Que Isidoro hable de Dios a sus compañeros
lo revuelve. En 1909 vuelve a ser golpeado por lo mismo: el Escapulario. Pero
el joven no se amilana ni se quita su prenda. Enterado que Longange quiere
librarse de él, va a su encuentro y le dice: “No te he robado. No me he
acercado a tu mujer ni a tus concubinas. He hecho cuanto me has mandado. ¿Por
qué quieres matarme?" Al verse descubierto, Longange montó en cólera y
mandó le golpeasen con una pieza para domar elefantes, que es un cuero lleno de
púas. El otro negro se niega, y el mismo Longange tomó el flagelo y le golpea
como un poseso mientras le grita que deje el teatro, pida perdón y se quite
“esos trapos”. Pero el santo mártir calla y sufre. Longange le quita el
escapulario, lo pisotea y lo da a su perro, que lo destroza.
Le
deja tirado en el suelo el belga, chorreando sangre, hasta que manda lo metan
en un calabozo lleno de ratas, por miedo a que se conozca lo que ha hecho, y
menos se entere un inspector de la empresa, de nombre Potama, que estaba por la
zona. En la improvisada cárcel sufre y reza Isidoro hasta que un día logra
escapar, arrastrándose. En ese estado lo encuentra Moyá Mptsu, criado del
inspector Potama. Isidoro le dice: "Si ves a mi madre, si vas a casa del
juez, si vas a la residencia del padre, diles a todos que muero porque soy
cristiano". Mas no muere, se recupera de las heridas con unos amigos y una
vez mejor, vuelve a su rutina de piedad y enseñanza del catecismo. Pero
Longange no está tranquilo, su odio es satánico, y de nuevo le castiga
brutalmente con el látigo para elefantes. No logra matarle, entonces le arroja
otra vez al calabozo, en esta ocasión atado sujetado por los pies con dos
argollas de hierro. Todo por Cristo.
Ante
una inspección, Longange manda se lleven a aquel desecho humano para que no le
vean herido. En una distracción de los negros que le arrastran, Isidoro
comienza a alejarse por un pantano, hasta un embarcadero. Allí le acogen con
espanto, pues las heridas se le pudren y los gusanos hacen pasto con su cuerpo.
El 25 de julio le visitan los misioneros, que le confiesan y le dan la Eucaristía. Isidoro
llora con ellos y les cuenta la causa de su martirio: “El blanco no amaba a los
cristianos. No quería que yo llevara el hábito de María, el escapulario. Me
insultaba cuando rezaba". Y añade “no tiene importancia que yo muera. Si
Dios quiere que viva, viviré, si Dios quiere que muera, moriré. Me da igual".
El misionero le pregunta si odia a su agresor, y como buen santo responde: “No
estoy enojado contra el blanco, el que me haya flagelado es asunto suyo, no
mío. Sí, si muero pediré por él en el cielo".
El
15 de agosto, día grande de su amada Virgen María, escupe sangre y pus, y
aunque la fiebre y los dolores le consuman se levanta y participa en las
oraciones. Una vez vuelto a su rincón, muere con el rosario en las manos. Los
cristianos le entierran con la certeza de que ha muerto por la fe. Con veneración
ponen en sus manos el rosario y al cuello su santo Escapulario. El 25 de abril
de 1994, el papa San Juan Pablo II lo beatificó. Aunque no perteneció
directamente a la Orden
del Carmen, forma parte de ella como todos los que usan el Escapulario, y en su
caso, su amor por el hábito de la
Madre de Dios le hace todo un carmelita.
Nuevo Año Cristiano". Tomo 8. Editorial
Edibesa, 2001
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