Epifanía significa "manifestación". Jesús se da a
conocer. Aunque Jesús se dio a conocer en diferentes momentos a diferentes
personas, la Iglesia
celebra como epifanías tres eventos:
Su Epifanía ante los Magos de Oriente: Se trata de una
manifestación a los paganos, para poner de relieve que el Niño Dios que nace,
viene para salvarnos a todos, independientemente de nuestra raza.
Su Epifanía del Bautismo del Señor: Manifestación a los judíos
por medio de San Juan Bautista.
Su Epifanía de las Bodas de Caná: Manifestación a Sus
discípulos y comienzo de Su vida pública por intercesión de su Madre María.
LOS OBSEQUIOS
Melchor, que representa a los europeos, ofreció al Niño Dios
un presente de oro que atestigua su realeza. Gaspar, representante de los
semitas de Asia, cuyo bien más preciado es el incienso, lo ofreció al Niño como
símbolo de su divinidad. Y por último, Baltasar, negro y con barba, se
identifica con los hijos de Cam, los africanos, que entregan la mirra, en
alusión a su futura pasión y resurrección.
según las visiones de la Beata Ana Catalina
Emmerich.
Un grupo de hombres los siguió hasta un arroyo que hay
delante de la ciudad, volviéndose luego. Cuando hubieron pasado el arroyo, se
detuvieron un momento para buscar la estrella en el cielo. Habiéndola divisado
dieron un grito de alegría y continuaron su marcha cantando. La estrella no los
conducía en línea recta, sino por un camino que se desviaba un poco al Oeste.
La gran estrella
"La estrella, que brillaba durante la noche como un
globo de fuego, se parecía ahora a la luna vista durante el día; no era
perfectamente redonda, sino como recortada; a menudo la vi oculta por las nubes
(...) El camino que seguían los Reyes era solitario, y Dios los llevaba sin
duda por allí para que pudieran llegar a Belén durante la noche, sin llamar
demasiado la atención.
Los vi ponerse en camino cuando ya el sol se hallaba muy
bajo. Iban en el mismo orden, en que habían venido ; Ménsor, el más joven, iba
delante; luego venía Saír, el cetrino, y por fin Teóceno, el blanco, que era
también el de más edad.
"Les hablaron del valle de los pastores como de un buen
lugar para levantar sus carpas. Ellos se quedaron durante largo rato indecisos.
Yo no les oí preguntar nada acerca del rey de los judíos recién nacido. Sabían
que Belén era el sitio designado por la profecía; pero, a causa de lo que
Herodes les había dicho, temían llamar la atención.
"Pronto vieron brillar en el cielo, sobre un lado de
Belén, un meteoro semejante a la luna cuando aparece; montaron entonces
nuevamente en sus cabalgaduras, y costeando un foso y unos muros ruinosos, dieron
la vuelta a Belén, por el Sur, y se dirigieron al Oriente hacia la gruta del
Pesebre, que abordaron por el costado de la llanura donde los ángeles se habían
aparecido a los pastores (...) "El campamento se hallaba en parte
arreglado, cuando los Reyes vieron aparecer la estrella, clara y brillante,
sobre la colina del Pesebre, dirigiendo hacia ella perpendicularmente sus rayos
de luz. La estrella pareció crecer mucho y derramó una cantidad extraordinaria
de luz (...)
Un gran júbilo
"De pronto sintieron un gran júbilo, pues vieron en
medio de la luz, la figura resplandeciente de un niño. Todos se destocaron para
demostrar su respeto; luego los tres Reyes fueron hacia la colina y encontraron
la puerta de la gruta. Ménsor la abrió, viéndola llena de una luz celeste, y al
fondo, a la Virgen ,
sentada, sosteniendo al Niño, tal como él y sus compañeros la habían visto en
sus visiones.
³Volvió sobre sus pasos para contar a los otros lo que
acababa de ver (...) Los vi ponerse unos grandes mantos, blancos con una cola
que tocaba el suelo. Tenían un reflejo brillante, como si fueran de seda
natural; eran muy hermosos y flotaban ligeramente a su alrededor. Eran éstas
las vestiduras ordinarias para las ceremonias religiosas. En la cintura
llevaban unas bolsas y unas cajas de oro colgadas de cadenas, cubriendo todo
esto con sus amplios mantos. Cada uno de los Reyes venía seguido por cuatro
personas de su familia, además de algunos servidores de Ménsor que llevaban una
mesa pequeña, una tapete con flecos y otros objetos.
"Los Reyes siguieron a San José, y al llegar bajo el
alero que estaba delante de la gruta, cubrieron la mesa con el tapete y cada
uno de ellos puso encima las cajas de oro y los vasos que desprendieron de su
cintura :
eran los presentes que ofrecían entre todos.
En el pesebre
"Ménsor y los demás se quitaron las sandalias, y José
abrió la puerta de la gruta. Dos jóvenes del séquito de Ménsor iban delante de
él; tendieron una tela sobre el piso de la gruta, retirándose luego hacia atrás
; otros dos los siguieron con la mesa, sobre la que estaban los presentes.
Una vez llegado delante de la Santísima Virgen ,
Ménsor los tomó, y poniendo una rodilla en tierra, los depositó respetuosamente
a sus plantas. Detrás de Ménsor se hallaban los cuatro hombres de su familia
que se inclinaban con humildad. Saír y Teóceno, con sus acompañantes, se habían
quedado atrás, cerca de la entrada.
"María, apoyada sobre un brazo, se hallaba más bien
recostada que sentada sobre una especie de alfombra, a la izquierda del Niño
Jesús, el cual estaba acostado en el lugar en que había nacido; pero en el
momento en que ellos entraron, la Santísima Virgen se sentó, se cubrió con su velo
y tomó entre sus brazos al Niño Jesús, cubierto también por su amplio velo.
Entre tanto, María había desnudado el busto del Niño, el
cual miraba con semblante amable desde el centro del velo en que se hallaba
envuelto; su madre sostenía su cabecita con uno de sus brazos y lo rodeaba con
el otro.
Tenía sus manitas juntas sobre el pecho, y a menudo las
tendía graciosamente a su alrededor (...)
Vi entonces a Ménsor que sacaba de una bolsa, colgada de su cintura, un
puñado de pequeñas barras compactas, pesadas, del largo de un dedo, afiladas en
la extremidad y brillantes como el oro; era su regalo, que colocó humildemente
sobre las rodillas de la
Santísima Virgen al lado del Niño Jesús (...) Después se
retiró, retrocediendo con sus cuatro acompañantes, y Saír, el Rey cetrino, se
adelantó con los suyos y se arrodilló con una profunda humildad, ofreciendo su
presente con palabras conmovedoras. Era un vaso de oro para poner el incienso,
lleno de pequeños granos resinosos, de color verdoso; lo puso sobre la mesa
delante del Niño Jesús.
Luego vino Teóceno, el mayor de los tres. Tenía mucha edad;
sus miembros estaban endurecidos, no siéndole posible arrodillarse; pero se
puso de pie, profundamente inclinado, y colocó sobre la mesa un vaso de oro con
una hermosa planta verde. Era un precioso arbusto de tallo recto, con pequeños
ramos crespos coronados por lindas flores blancas: era la mirra (...) Las
palabras de los Reyes y de todos sus acompañantes eran llenas de simplicidad y
siempre muy conmovedoras. En el momento de prosternarse y al ofrecer sus
presentes, se expresaban más o menos en estos términos: «Hemos visto su
estrella; sabemos que Él es el Rey de todos los reyes; venimos a adorarlo y a
ofrecerle nuestro homenaje y nuestros presentes». Y así sucesivamente (...)
Dulce y amable gratitud
La madre de Dios aceptó todo con humilde acción de gracias;
al principio no dijo nada, pero un simple movimiento bajo su velo expresaba su
piadosa emoción. El cuerpecito del Niño se mostraba brillante entre los
pliegues de su manto.
Por fin, Ella dijo a cada uno algunas palabras humildes y
llenas de gracia, y echó un poco su velo hacia atrás. Allí pude recibir una
nueva lección.
Pensé: «con qué dulce y amable gratitud recibe cada
presente! Ella, que no tiene necesidad de nada, que posee a Jesús, acoge con
humildad todos los dones de la caridad. Yo también, en lo futuro, recibiré
humildemente y con agradecimiento todas las dádivas caritativas» ¡Cuánta bondad
en María y en José! No guardaban casi nada para ellos, y distribuían todo entre
los pobres
(...)
Los honores solemnes rendidos al Niño Jesús, a quien ellos
se veían obligados a alojar tan pobremente, y cuya dignidad suprema quedaba
escondida en sus corazones, los consolaba infinitamente. Veían que la Providencia
todopoderosa de Dios, a pesar de la ceguera de los hombres, había preparado
para el Niño de la Promesa ,
y le había enviado desde las regiones más lejanas, lo que ellos por sí no
podían darle: la adoración debida a su dignidad, y ofrecida por los poderosos
de la tierra con una santa magnificencia. Adoraban a Jesús con los santos
Reyes. Los homenajes ofrecidos los hacían muy felices (...)
Agasajo
"Entre tanto, José, con la ayuda de dos viejos
pastores, había preparado una comida frugal en la tienda de los tres Reyes.
Trajeron pan, frutas, panales de miel, algunas hierbas y frascos de bálsamo,
poniéndolo todo sobre una mesa baja, cubierta con un tapete. José había
conseguido estas cosas desde la mañana para recibir a los Reyes, cuya venida le
había sido anunciada de antemano por la Santísima Virgen
(...) En Jerusalén vi hoy, durante el día, a Herodes leyendo todavía unos
rollos en compañía de unos escribas, y hablando de lo que habían dicho los tres
Reyes. Después todo entró nuevamente en calma, como si se hubiera querido
acallar este asunto.
"Hoy por la mañana temprano vi a los Reyes y a algunas
personas de su séquito, visitando sucesivamente a la Sagrada Familia.
Los vi también, durante el día, cerca de su campamento y de sus bestias de
carga, ocupados en hacer diversas distribuciones. Estaban llenos de júbilo y de
felicidad, y repartían muchos regalos. Vi que entonces, se solía siempre hacer
esto, en ocasión de acontecimientos felices.
"Por la noche, fueron al Pesebre para despedirse.
Primero fue sólo Ménsor.
María le puso al Niño Jesús en los brazos; él lloraba y
resplandecía de alegría.
Luego vinieron los otros dos, y derramaron lágrimas al
despedirse. Trajeron todavía muchos presentes; piezas de tejidos diversos,
entre los cuales algunos que parecían de seda sin teñir, y otros de color rojo
o floreados; también trajeron muy hermosas colchas. Quisieron además dejar sus
grandes mantos de color amarillo pálido, que parecían hechos con una lana
extremadamente fina; eran muy livianos y el menor soplo de aire los agitaba.
Traían también varias copas, puestas las unas sobre las
otras, cajas llenas de granos, y en una cesta, unos tiestos donde había
hermosos ramos de una planta verde con lindas flores blancas. Aquellos tiestos
se hallaban colocados unos encima de otros dentro de la canasta. Era mirra.
Dieron igualmente a José unos jaulones llenos de pájaros, que habían traído en
gran cantidad sobre sus dromedarios para alimentarse con ellos.
La despedida
"Cuando se separaron de María y del Niño, todos
derramaron muchas lágrimas.
Vi a la
Santísima Virgen de pie junto a ellos en el momento de
despedirse.
Llevaba sobre su brazo al Niño Jesús envuelto en su velo, y dio
algunos pasos para acompañar a los Reyes hasta la puerta de la gruta; allí se
detuvo en silencio, y para dar un recuerdo a aquellos hombres excelentes,
desprendió de su cabeza el gran velo transparente de tejido amarillo que la
envolvía, así como al Niño Jesús, y lo puso en las manos de Ménsor. Los Reyes
recibieron aquel presente inclinándose profundamente, y un júbilo lleno de
respeto hizo palpitar sus corazones, cuando vieron ante ellos a la Santísima Virgen
sin velo, teniendo al pequeño Jesús. ¡Cuántas dulces lágrimas derramaron al
abandonar la gruta! El velo fue para ellos desde entonces la más santa de las
reliquias que poseían.
"Hacia la medianoche, tuve de pronto una visión. Vi a
los Reyes descansando en su carpa sobre unas colchas tendidas en el suelo, y
cerca de ellos percibí a un hombre joven y resplandeciente. Era un ángel que
los despertaba y les decía que debían partir de inmediato, sin volver por
Jerusalén, sino a través del desierto, siguiendo las orillas del Mar Muerto.
"Los Reyes se levantaron enseguida de sus lechos, y
todo su séquito pronto estuvo en pie. Mientras los Reyes se despedían en forma
conmovedora de san José una vez más delante de la gruta del Pesebre, su séquito
partía en destacamentos separados para tomar la delantera, y se dirigía hacia
el Sur con el fin de costear el Mar Muerto atravesando el desierto de Engaddi.
"Los Reyes instaron a la Sagrada Familia a
que partiera con ellos, porque sin duda alguna un gran peligro la amenazaba;
luego aconsejaron a María que se ocultara con el pequeño Jesús, para no ser
molestada a causa de ellos.
Lloraron entonces como niños, y abrazaron a san José
diciéndole palabras conmovedoras; luego montaron sus dromedarios, ligeramente
cargados, y se alejaron a través del desierto. Vi al ángel cerca de ellos, en
la llanura, señalarles el camino. Pronto desaparecieron. Seguían rutas
separadas, a un cuarto de legua unos de otros, dirigiéndose durante una legua
hacia el Oriente, y enseguida hacia el Sur, en el desierto.
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