Celebremos con verdadera
devoción esta importantísima fiesta por lo que es, por lo que vale: por ser el
aniversario de nuestra Redención, de la hora feliz en que, después de más de
cuatro mil años de espera impotente, de gemidos de liberación, de sufrimientos
y de pecados, nos llega por fin el Salvador prometido. ¡Por fin! ¡Ya era hora!!
¡¡¡Bendito sea Dios y su Santísima Madre!!! ¿Qué sería de nosotros sin esa
Navidad?
Dejemos que el mundo se
afane por lo suyo; dejemos que Herodes se turbe; dejemos que en Jerusalén nadie
se dé cuenta de nada, que cada cual esté en sus negocios, en sus placeres, en
sus caprichos. Nosotros hagamos como María y José: toda nuestra atención esté puesta
en ese Niño que ha de nacer, y ha de cambiar tan profundamente nuestra historia
por su nacimiento. Hagamos como los pastores, que dejan todas las ovejas en el
campo y corren a lo único importante: ver con los propios ojos al Salvador
recién nacido, a quien encuentran...¿en un palacio, rodeado de guardas, cuidado
ricamente? No: en un pesebre, envuelto en pañales... Hagamos como los Magos,
que se separan de todo, se van de su corte real, y todo lo sacrifican en aras
de un Niño, al que deben buscar en Occidente, en la dirección de Jerusalén...
Nadie les hace caso, pero ¿qué les importa? Ellos siguen su estrella, esa
estrella que los conduce a Belén, y en Belén, a la casa en que encuentran a un
Niño junto a su Madre y a San José, y sin embargo adoran en Él a Dios,
ofreciéndole incienso, reconocen en Él al Rey del universo, ofrendándole oro, y
confiesan su naturaleza mortal y pasible, presentándole mirra.... Que la
sonrisa de Jesús niño, desarme todos nuestros recelos e ilumine todas nuestras
sombras, y, al poner los labios en el pétalo celeste de sus plantas, se abata
la orgullosa rebeldía de nuestro pecado: que no queda lugar más que para el
gozo del llanto humilde, reverencial y tierno del niño que otrora fuimos y
que volvemos a ser .
Tomado de catolicidad
Tomado de catolicidad
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