El padre Gabriele
Mattavelli, provincial de los Carmelitas Descalzos en Camerún, relata a
Tempi.it los dos últimos años de vida pasados con el joven fraile camerunés
Jean Thierry Ebogo, fallecido en Legnano en 2006 y en proceso de beatificación
«Después de haber sido
nosotros quienes hemos llevado el Evangelio a tantas zonas del mundo, acogemos
con alegría la llegada de evangelizadores y testimonios que llegan de esas
tierras, como Jean Thierry, para que nuestra fe resurja».
Estas han sido las palabras
del arzobispo de Milán Angelo Scola el pasado 9 de septiembre, al finalizar la
ceremonia de clausura del proceso diocesano Super Virtutibus de Fray Jean
Thierry Ebogo, nacido en Camerún en 1982 y fallecido en Legnano en 2006, a los 23 años.
Los documentos de la causa
de beatificación y canonización ahora han pasado a Roma, pero quien ha conocido
al joven fraile carmelita está seguro de haber acompañado durante una parte de
la vida a un santo.
«Yo he estado cerca de él en
los últimos dos años de vida, cuando Jean ya tenía casi 22 años», relata a
Tempi.it el padre Gabriele Mattavelli, elegido en 2005 provincial de los
Carmelitas Descalzos en Camerún.
Siempre había sido su deseo
ser sacerdote, por lo que Jean entró en el Carmelo teresiano de Nkoabang el 28
de julio de 2003 a
la edad de 21 años, pero su recorrido estuvo marcado por la aparición en 2004
de un gravísimo tumor óseo en la rodilla, que llevó a la amputación de la
pierna y a someterse a distintos tratamientos en varios hospitales de Italia,
sin éxito.
El padre Gabriele lo
recuerda como un joven muy «sereno»: «Cuando la enfermedad le causaba dolores
tremendos, él no se lamentaba nunca; más bien al contrario, animaba a todos sin
manifestar lo que sufría».
Una actitud que quedó muy
clara en un episodio: «Cuando conseguí llevarlo a Italia en agosto de 2005, lo
llevamos rápidamente al hospital porque la enfermedad, después de la
amputación, empeoraba. Desgraciadamente no había camas disponibles, por lo que
tuvo que permanecer seis horas en la silla de ruedas. Hacía frío. Cuando lo fui
a visitar al día siguiente, la doctora enseguida me dijo: “Pero, ¿a quién me
has traído?”. Yo pensé que había hecho algo mal y entonces le respondí que
venía de Camerún y que allí tenían otras costumbres. Pero ella me cortó: “No
has entendido nada. Me has traído a un santo: no se puede permanecer todo ese
tiempo al frío sin quejarse con esos dolores”».
Jean siempre aceptó su
enfermedad con un único pensamiento en su mente: «Cuando le tuvieron que
amputar la pierna – recuerda el padre Gabriele – yo fui a verle al hospital. Lo
único que me pregunta y le preocupaba era: “¿Podré ser carmelita y después
sacerdote?”».
La recidiva del osteoma
osteoblástico, con metástasis cada vez más difundidas, decidió al padre
Gabriele a trasladarlo de Legnano a Candiolo (Turín), a un centro especialista,
durante dos meses. Cuando esta última terapia también fracasó, Jean volvió a
Legnano donde un especialista había estudiado una terapia del dolor para hacer
que los últimos días del joven fueran menos dolorosos.
«Precisamente en ese periodo
muchísimas personas iban a verlo continuamente al hospital, pero en lugar de
llevarle consuelo ellos salían consolados por él», explica el padre Gabriele,
según el cual Jean era, seguro, un santo.
«Él estaba fatal, pero no se
quejaba nunca y conseguía dar fuerza a todos los que le iban a ver. Esto no es
posible sin una Gracia especial del Señor. Muchas personas desesperadas
encontraron la paz después de haber conocido a Jean. Hay además muchos y
pequeños signos».
¿Un ejemplo? «Hay muchísimos
y algunos se sabrán pronto. Recuerdo, por ejemplo, que después de su muerte
llevamos su estampita a una familia con una niña que nació con malformación.
Con tres años ya la habían operado varias veces y ella lloraba siempre por el
dolor; los padres no sabían qué hacer. Después de ponerle la estampita de Jean
debajo de la almohada no volvió a llorar».
Pero hay signos más
clamorosos: «Cuando tenía alrededor de 20 años y vivía aún en Camerún, a Jean
se le apareció una noche la
Virgen. Este episodio lo contó su hermano, que dormía en la
habitación contigua y que en un determinado momento le oyó hablar con alguien.
El día siguiente le preguntó quién era y al poco rato Jean le reveló que se le
había aparecido la Virgen.
Le había hablado de Camerún y de la misión».
A los funerales del joven,
celebrados el 11 de enero de 2006 en Legnano, participó «una gran muchedumbre e
incluso en el dolor fue un momento de gran alegría». Su cuerpo «contrariamente
a las reglas, fue llevado a Camerún» y su tumba ahora es meta de continuas
peregrinaciones.
Antes de morir, el 8 de
diciembre de 2005, gracias a una dispensa especial Jean pudo hacer su profesión
solemne en el Carmelo teresiano convirtiéndose así en fraile. El padre Gabriel
confirma la importancia que tenía para Jean la vida consagrada y recuerda una
de las últimas cosas que el joven le dijo antes de morir.
«Fui a verle al hospital y
estuvimos hablando de su santa preferida: Santa Teresa del Niño Jesús. En un
determinado momento me dijo: “Yo no haré como Santa Teresita, que prometió una
lluvia de rosas desde el cielo; no, yo desde el cielo haré que llueva un diluvio
de vocaciones”».
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