Hno. Lorenzo de la Resurrección (1614-1691)
Cuarto centenario de su nacimiento
Queridos hermanos y hermanas
En el Capítulo
General celebrado en Ávila en el 2009, los hermanos pidieron que en el año 2014,
y en los albores del próximo V Centenario
del nacimiento de nuestra Madre Teresa de Jesús, se conmemorase el IV centenario del nacimiento de
uno de sus hijos espirituales, nacido en 1614, un humilde hermano carmelita no
sacerdote, humilde, pero muy querido por muchos cristianos en el mundo, e
incluso no cristianos: hno. Lorenzo de la Resurrección. En bastantes lenguas, sus escritos
sencillos pero acertados y luminosos, han sido traducidos y hasta el día de hoy reeditados.
En 1991, con
ocasión del tercer centenario de su
muerte, nuestro hermano Camilo Maccise, entonces Prepósito General,
escribió una carta memorable sobre la espiritualidad y la misión del hno. Lorenzo
(cf. Acta OCD, 1991-1992, pp.
451-458). A mi vez, quisiera hablaros brevemente de este hijo del Carmelo a
partir de dos grandes períodos de su vida, los dos significativos. Primero, el
«joven laico» Nicolás Herman –es su nombre civil, y seguidamente, el
«hno. laico OCD», Lorenzo de la Resurrección.
I. NICOLAS HERMAN, JOVEN LAICO
Ya desde el punto
de vista simplemente humano y cristiano, este primer período de
su vida es llamativo para los que caminamos a la luz de Cristo y del Carmelo, tanto
como laicos, o como religiosos o religiosas.
En 1614 –en una
fecha desconocida– fue bautizado en la humilde iglesia de la pequeña localidad
de Hériménil en Lorraine, entonces gran ducado independiente, ahora en Francia.
No se sabe casi nada sobre su medio familiar y su educación en este medio
campestre. Pero un acontecimiento lo marcó por toda su vida. A los dieciocho años
un día de invierno, contemplando un árbol deshojado, y pensando en el despertar
cósmico que cada primavera se repite en la naturaleza, Nicolás se sintió
impactado por una intuición profunda de la Presencia y la Providencia divinas,
fuente de Vida que no cesa de manifestarse. Su inteligencia se vió inundada de
una luz totalmente nueva, de una fe renovada. Dios está cerca, presente en
todas las cosas. Esta experiencia de Dios vivo lo marcará en lo más profundo de
su alma.
Pero la vida era
dura en la Lorraine
de su tiempo, implicada en la terrible «guerra de los Treinta Años» tan
destructiva, devastadora e inmoral. Nicolás se enroló en
la armada del gran duque. Y en este período tan ajetreado, su alma perderá la bella
visión de sus dieciocho años ; más tarde se lamentará de los pecados
cometidos, sin que lleguemos a saber en qué consistieron concretamente. Muchas
veces tendrá que enfrentarse cara a cara con la muerte. Herido gravemente en
1635 durante el asalto a la ciudad de Rambervillers, que el duque de Lorraine intenta
reconquistar, llevarán a Nicolas a su ciudad natal. Y mientras su cuerpo se
restablece, se recuperará lentamente también su alma.
Algún tiempo
después, entra en contacto con un eremita acogedor y decide compartir con él su
vida solitaria. Pero no es este su camino. Sí, en lo que
respecta a la intuición del valor de Dios, pero el manantial de la oración no
corre como el soñaba. Emigra a París, donde lo encontramos al servicio de un
notable. Este tampoco es el lugar donde Dios lo quiere.
Detengámonos por
un momento en Nicolás joven laico. En las circunstancias duras, ha
aprendido a «conocer la vida» y «conocer el mundo». En la «lucha por la vida», ha
vivido el tumulto
de una larga y terrible guerra, el peso y el desgarro de no pocas situaciones
angustiosas, la experiencia de la pobreza y del hambre. Ha descubierto
igualmente la debilidad de su naturaleza humana, de sus «pecados» de los cuales
será consciente toda su vida con humildad, como lo hizo antes que él su madre
espiritual santa Teresa de Jesús.
Pero el amor
vencerá. Nicolás no merecerá el reproche del Ángel del Apocalipsis : «Te
echo en cara que has abandonado tu primer fervor» (Ap 2,4). Soldado, herido, emigrante,
obrero, el joven laico redescubrirá su llama de la luminosa divina Presencia de
sus dieciocho años. En pleno mundo y en plena lucha, lentamente se desarrolla
en él esa alma cristiana y carmelitana que se abre sin límites a Dios, a su gracia, a
sus deseos concretos.
Nicolás
representa un ejemplo de despertar espiritual, de lenta resurrección: una
silenciosa llamada para todos nosotros, una dulce invitación.
II. FRAY LORENZO DE LA RESURRECCIÓN
En París, Nicolás
Herman descubre el convento de Saint-Joseph de los carmelitas descalzos, calle
de Vaugirard, una grande y ferviente comunidad. En junio del 1640, a la edad de 26 años,
entra con ellos como «hermano converso» («frater donatus», dicen las Constituciones) y recibe dos meses más
tarde el hábito (un hábito en aquel tiempo bastante diferente del de los
frailes clérigos, pues no llevaba capucha ni capa blanca; los hermanos
conversos ocupaban entonces en el refectorio y en el coro las últimas plazas). El
lleva ya el nombre de «fray Lorenzo de la Resurrección ».
Después de dos
meses de postulantado y dos años de noviciado, el 14 de agosto del 1642, vigilia
de la fiesta de la Asunción
de la Virgen , Lorenzo
(que tiene ya 28 años) pronuncia sus votos solemnes como «hermano lego». Las Constituciones
de la Orden (Const. ‑éd 1631,
section II , ch. 4) estipulaban que estos hermanos «no clérigos» tenían que ser
«devotos, simples, fieles y trabajadores pues estaban llamados a trabajar» ;
no tienen voz en el capítulo conventual ni participan en la recitación del
Oficio de la horas y cuando, debido a sus tareas domésticas, no pueden estar
presentes en las horas de oración mental, rezarán otras horas indicadas por el
superior, a menudo por la tarde o por la noche (cf. Const., section I, ch. 4).
Se encargan por
lo tanto de mucho trabajo manual y así encontraremos a fray Lorenzo primero como
cocinero de la gran comunidad, después como zapatero remendón, a menudo como
ayudante en la iglesia (por ejemplo para servir las numerosas misas de los
hermanos sacerdotes, pues en aquella época no existía la concelebración.), también
en la calle para hacer los diferentes recados y a veces recogiendo limosnas, o
incluso de viaje hasta Borgoña y Auvernia de compras.
Un penoso
principio, después un gran gozo
He aquí Nicolás
Herman catapultado en un nuevo ambiente, cambio incisivo como podemos reconocer
todos en nuestra existencia ya sea secular o religiosa: un traslado, un nuevo
empleo, una nueva situación de trabajo, de hábitat, de inserción en la vida
comunitaria, familiar, social… Entrando en una nueva vida con nuevos retos, de
nuevo cercanos y nuevas tareas, el hno. Lorenzo no se lanza a ciegas. Sabe que
el Dios de la gracia lo espera y quiere entregarse a El sin límites. A una religiosa
que conoce bien le escribe (hablando en 3ª persona) : «Vd. sabe que su
principal cuidado, después de cuarenta años en religión, ha sido el de estar
siempre con Dios, de no hacer nada, no decir nada ni pensar nada que pueda
disgustarle, sin ningún otro objetivo que el del puro amor».
Pero a un religioso
sacerdote, aparentemente su confesor (que está «ampliamente informado» de sus «grandes
miserias» como de las «grandes gracias con las que Dios favorece» a su alma), en
todo caso un consejero espiritual, le recuerda un aspecto suplementario:
Cuando entré en religión decidí entregarme totalmente a Dios para
remedio de mis pecados y renunciar por su amor a todo lo que no era El. Durante los primeros años me centraba de ordinario en mis oraciones de
pensamientos sobre la muerte, juicio, infierno, paraíso y mis pecados. Continué de este modo
durante algunos años, permaneciendo cuidadosamente el resto del día, e incluso
durante mi trabajo, en presencia de Dios que yo consideraba siempre a mi lado,
a veces incluso en el fondo de mi corazón, lo que me producía una tan alta
estima de Dios que solo la fe era capaz de colmar en este sentido. Hice lo
mismo durante mis oraciones, lo que producía grandes favores y consuelos. He
aquí por donde comencé.
Pero, he aquí la
otra cara, dolorosa, de su experiencia espiritual :
Os diré, sin embargo, que durante los 10 primeros años he sufrido
mucho. La aprehensión que tenía de no ser tan de Dios como yo hubiera querido,
mis pecados que siempre saltaban a mi vista, y las grandes gracias que Dios me hacía,
eran la fuente de todos mis males. Durante todo este tiempo caía a menudo y me
levantaba enseguida. Me parecía que las criaturas y Dios mismo estuviesen contra
mí y que solo la fe estuviese de mi parte. A veces me atormentaban los
pensamientos que todo era fruto de mi presunción, pues yo pretendía llegar de golpe
adonde otros no llegaban sino con mucho esfuerzo, otros (pensamientos) me decían que ya podía
castigarme a voluntad, que no habrá ninguna posibilidad de salvación para mí. Cuando
no pensaba sino acabar mis días en estos tormentos e inquietudes, que no han
disminuido en nada la confianza que tenía puesta en Dios y que no han servido sino
para aumentar mi fe, entonces me encontraba de repente cambiado, y mi alma, que
hasta ahora había vivido con este malestar, se sentía con una profunda paz
interior, como en su centro y en un lugar de reposo.
De esta carta, se
puede claramente deducir que fray Lorenzo –que ya está «desde hace más de
cuarenta años en la vida religiosa»– ha atravesado una intensa noche del
espíritu durante los «diez primeros años» de religioso, y que seguidamente
«vivirá treinta años» de «grandes gozos
interiores», como dice en la carta a la religiosa ya evocada, carta donde
explica más sobre su «práctica» constante de la Presencia de Dios y de
los efectos gozosos que él experimenta:
El está actualmente tan acostumbrado a esta divina presencia que
recibe ayudas continuas en todo tipo de ocasiones. Hace alrededor de treinta
años que su alma goza de gracias interiores tan continuas y tan grandes que le
apena moderarlas. Si alguna vez está demasiado ausente de esta divina
presencia, Dios se hace sentir enseguida en su alma para recordárselo, lo que
le ocurre a menudo cuando está sobre todo entregado en sus ocupaciones
exteriores. El responde con una gran fidelidad a estas llamadas
interiores : o con una elevación hacia Dios, o con una mirada dulce y
amorosa, o con algunas palabras que el amor crea en estos encuentros […] La
experiencia de estas cosas le da tal certeza que Dios está siempre en el fondo
de su alma, que él no puede tener ninguna duda, haga lo que haga y suceda lo
que suceda.
El espíritu del
Carmelo
Notamos
que al entrar en el Carmelo fray Lorenzo encontró una comunidad ferviente donde
el espíritu de la Reforma
teresiana estaba bien vivo. En París mismo, los hermanos de Lorenzo han
traducido las obras de la madre Teresa y de Juan de la Cruz. En sermones y
conferencias, o en los consejos de sus superiores y confesores, nuestro
cocinero ha tenido que oir a menudo las palabras de nuestra santa madre Teresa
recordándonos que no hay que desanimarse en ningún momento «cuando la
obediencia os emplea en cosas exteriores : si es en la cocina, entended
que el Señor se encuentra entre los pucheros, y os ayuda interior y
exteriormente […], lo mismo que el verdadero amante ama en todos los lugares y
piensa sin cesar en el amado ! […] Pero el recuerda, cuando estamos en la
acción, aunque actuemos por obediencia o caridad, no dejemos de volvernos
interiormente hacia Dios» (Fundaciones, cap. V).
En lo que respecta a la armoniosa y fructuosa unión de contemplación y acción, nuestro hno. Lorenzo, él
mismo bien activo y profundamente contemplativo, hace acertadas sugerencias
a los carmelitas sacerdotes y estudiantes –e
incluso a nuestras hermanas contemplativas, como a todo cristiano laico o
religioso, que esté llamado a llevar a cabo tareas ordinarias y servicio apostólico,
tanto el humilde y escondido, como el brillante y apreciado.
El hombre y el guía
Para conocer a
fray Lorenzo, no hay nada mejor que leer sus «Máximas espirituales» y sus «Cartas»,
cuyo texto original se acaba de encontrar providencialmente. Se descubre en
fray Lorenzo un hombre inteligente, honesto; tiene el espíritu claro y va a lo
esencial ; su doctrina está fundada en la fe y al mismo tiempo en una
profunda experiencia de Dios ; su palabra es simple y convincente ; lo
que dice tiene siempre sentido y es rico de contenido ; consulta a veces
«libros», como el dice, pues no descuida su nutrida lectura espiritual; se nota
que tiene un corazón abierto y una naturaleza recta ; tiene sentido del
humor y no le da vueltas a las cosas.
Tiene amigos
célébres que lo aprecian mucho. El futuro biógrafo
de Lorenzo, Joseph de Beaufort, vicario
general de Mons. Antoine de Noailles (Obispo de Châlons-sur-Marne y más
tarde cardenal de París, con Beaufort de nuevo como vicario general), venía a
menudo a consultar al hermano y nos cuenta lo que nuestro cocinero místico le
dijo con motivo del primer encuentro : «Dios da luz a los que tienen un
deseo verdadero de pertenecerle ; si este era mi proyecto, podía acudir a
él cuando quisiera sin miedo de molestarlo; y si no es así, que no viniera más
a verlo…».
Tosco, dicen
algunos testigos de Lorenzo, no en el sentido de maleducado, sino directo,
campechano, un obrero sencillo, en breve, que no era amigo de piropos ni de
bellas fórmulas… Beaufort hará el retrato de su buen
‘starets’. «La virtud de fray Lorenzo no lo hacía absolutamente rudo. Se
caracterizaba por una agradable acogida que daba confianza y hacía sentir que
se le podía hablar de todo y que en él habían encontrado un amigo. Por su
parte, cuando sabía con quienes estaba, hablaba con libertad y mostraba una
gran bondad. Lo que decía era sencillo, pero siempre apropiado y lleno de
sentido. A través de un exterior grosero, se descubría una sabiduría singular,
una liberta más allá del alcance ordinario de un pobre hermano lego, una profundidad
que iba más allá de lo que se pudiera esperar». Y es más: tenía «el mejor corazón del mundo. Su buena fisonomía, su talante
humano y agradable, su manera sencilla y modesta conquistaron la estima y la
buena voluntad de todos los que a él se acercaban. Cuanto más lo visitaban, más
descubrían en el un fondo de rectitud y de piedad que no se encontraba en
ninguna otra parte. […] El no era de esas personas que no se doblegan nunca y
que consideran la santidad como algo incompatible con las buenas maneras, el se
comportaba sin afectación, se hacía uno con todo el mundo y actuaba buenamente
con sus hermanos y amigos, si pretender distinguirse».
El
gran Fénelon, otro admirador de nuestro cocinero místico, que lo conoció
personalmente declara: «las palabras propias de los santos son diferentes que
los discursos de los que han querido pintarlos. Santa Catalina de Génova es un
prodigio de amor. El hermano Lorenzo es tosco por naturaleza, y delicado por
gracia. Yo lo vi y tuve con él una conversación excelente sobre la muerte,
cuando él estaba muy enfermo y… muy alegre. Y, dirigiéndose a Bossuet en el
curso de sus sutiles litigios sobre la verdadera mística, escribirá: «podemos
aprender cada día estudiando los caminos de Dios sobre los ignorantes
experimentados. ¿No se podría haber aprendido tanto conversando por ejemplo con
el buen hermano Lorenzo?».
Algunas
de sus ideas maestras de su magisterio
Sin
detenernos ahora en su vida teologal, su fe despierta, su confianza
inquebrantable, su caridad incondicional, escuchemos al hermano Lorenzo
comunicar sus convicciones fuertes y maduras, así como las encontramos en sus
«cartas» y «máximas espirituales».
*
Una larga experiencia personal
persuadió a nuestro hermano que la práctica de la presencia de Dios es un medio
excelente para intensificar la unión con Dios. A su guía espiritual, explicó –ya
lo hemos visto– cómo, después de diez años, pasó de una «oración» más meditativa
a un contacto más afectivo con el Señor, presente «en el fondo de (su)
corazón», para continuar actuando luego a lo largo del «resto del día e incluso
durante (su) trabajo». Continúa:
No siento
pena alguna ni ninguna duda sobre mi estado, pues no busco otra cosa que hacer
la voluntad de Dios que intento cumplir en todo y a la cual soy tan sumiso que
no querría levantar una paja de la tierra contra su voluntad, ni por otro
motivo que su puro amor. He dejado todas mis devociones y oraciones que no son
de obligación y me ocupo sólo de estar siempre en su santa presencia, en la que
permanezco a través de una simple mirada general y enamorada en Dios, que
podría llamar presencia actual de Dios, o mejor dicho diálogo secreto y
silencioso del alma con Dios, que no tiene casi nunca interrupción y que me
causa algunas veces satisfacciones y alegrías interiores, y a menudo hasta
exteriores, tan grandes que me cuesta moderarlas.
* Desde entonces Lorenzo se convierte en
un profeta verdadero y apóstol de la
vía de la presencia de Dios. Le escribe a una religiosa:
«Si fuera predicador, no
recomendaría otra cosa que la práctica de la presencia de Dios; y si fuera
director, se lo aconsejaría a todo el mundo, tanto la considero útil y
necesaria». «Está en mi sentimiento el
saber en qué consiste toda la vida espiritual, y me parece que practicándola
como se debe, se vuelve uno espiritual en poco tiempo».
* Pero sin esfuerzo, no se obtiene gran
cosa. Hace falta «darlo todo por el
Todo», estimaba Lorenzo ya entrando en el Carmelo. Para aprender a vivir
«die ac nocte», noche y día, en la
Voluntad y la
Presencia de Dios, como nos invita la Regla del Carmelo, hace
falta esta «determinada determinación» de la que hablaba santa Teresa de Jesús.
El carmelita Lorenzo, hijo espiritual de Teresa de Jesús y de Juan de la Cruz , no lo piensa de otro
modo. En la carta, anteriormente citada, dice:
Sé que para
esto hace falta que el corazón esté vacío de tantas otras cosas, queriendo
poseerlo Dios solo; y así como El no puede poseerlo solo sin vaciarlo de todo
lo que no es El, del mismo modo El no puede actuar en él y hacer lo que quisiera,
si nosotros no le entregamos totalmente el corazón para que El haga lo que le
plazca..
Pero, continúa, la unión a Dios, buscada
por «amor puro», se hará fuente de gran felicidad:
No hay en
el mundo una forma de vida más dulce ni más deliciosa que la conversación
continua con Dios; sólo lo pueden comprender quienes la practican y quiénes la saborean.
* Esta práctica de la Presencia hay que aprenderla, quizás re-aprenderla durante
toda la vida. Laurent confiesa que él también debió sufrir al principio:
No me ha
costado poco este ejercicio que continuaba a pesar de todas las dificultades
que encontraba en él, sin turbarme ni inquietarme cuando me distraía involuntariamente.
No me ocupaba menos de mi Dios durante el día que durante mis oraciones […] en lo
más duro de mi trabajo […] Esta era mi práctica ordinaria desde que estoy en la
vida religiosa. Aunque no la he practicado sino con mucha negligencia e
imperfecciones, he recibido de ella grandes ventajas. […] Finalmente, a fuerza
de repetir estos actos, se nos hacen más familiares, y la presencia de Dios se convierte
en algo natural.
* El aprendizaje de esta práctica de la Presencia será, por lo
tanto, progresivo, pero fiel. Esto
es lo que Lorenzo, como buen pedagogo, aconseja a una señora, con tacto y perspectiva
a la vez:
Este Dios de bondad no
nos pide gran cosa: un pequeño recuerdo de cuando en cuando, una pequeña
adoración, tan pronto pedirle una gracia, otras veces ofrecerle sus penas,
consolarse con él; durante las comidas y las conversaciones, eleve de vez en
cuando hacia Él su corazón: el mínimo recuerdo siempre será de gran agrado para
Él. No hace falta para esto gritar muy alto. El está más cerca de nosotros de
lo que pensamos. No es necesario estar siempre en la iglesia para estar con
Dios; podemos hacer de nuestro corazón un oratorio en el cual nos retiramos de
cuando en cuando para mantenernos allí con él, humildemente y amorosamente.
Todo el mundo es capaz de estas conversaciones familiares con Dios, unos más,
otros menos, Él conoce nuestras posibilidades.
* Y poco a poco se creará en nosotros la voluntad y la costumbre de dirigirnos
con frecuencia a Dios siempre presente. Nos recomienda:
una gran fidelidad a la
práctica de esta presencia y a la mirada interior de Dios en nosotros, que se
debe siempre hacer poco a poco, humildemente y amorosamente […] hay que cuidar particularmente
que esta mirada interior, aunque solo sea un momento, preceda sus acciones
exteriores, que de cuando en cuando las acompañe, y que Vd las concluya todas
de este modo. Como es necesario tiempo y mucho trabajo para adquirir esta
práctica, no hay que desanimarse cuando se falla, ya que la costumbre se crea
sólo con el esfuerzo; pero una vez formada, todo se hará con gusto.
* A esta profunda unión con Dios quiere el hermano Lorenzo llevarnos: al
alma fiel, el abre perspectivas muy bellas y felices:
Esta
presencia de Dios, un poco difícil en los comienzos, practicada con fidelidad, actúa
secretamente en el alma efectos maravillosos, y atrae abundantemente las
gracias del Señor y lo conduce sin darse cuenta a esta mirada simple, a esta mirada
enamorada de Dios presente en todas partes, que es la manera más santa, más
sólida, más fácil y más eficaz de oración. A través de esta presencia de Dios y
esta mirada interior, el alma se familiariza con Dios de tal modo que pasa casi
toda su vida en actos continuos de amor, de adoración, de contrición, de
confianza, de acción de gracias, de ofrenda, de petición y de todas las más
excelentes virtudes. Y algunas veces se convierte en un solo acto que ya no
pasa, pues el alma permanece en el ejercicio continuo de esta divina presencia.
Tres meses antes de su muerte, nuestro
hermano escribe:
Lo que me
consuela en esta vida es que veo a Dios por la fe. Y lo veo de una manera que
podría hacerme decir algunas veces: ‘ya no creo, sino que veo, experimento lo
que la fe nos enseña’. Y sobre esta seguridad y esta práctica de la fe, viviré
y moriré con él. [Y todavía, hablando de la «confianza»] No sabríamos apoyarnos
tanto en un amigo tan bueno y tan fiel, que no fallará nunca ni en este mundo
ni en el otro.
* Después de haber evocado un horizonte
tan luminoso, Lorenzo nos lanza este último
estímulo, con el que acabaremos nuestra pequeña antología:
Sé que se encuentran
pocas personas que lleguen a este grado: es una gracia que Dios concede solamente
a algunas almas escogidas, pues a fin de cuentas esta mirada simple es un don que
nos ofrece libremente. Pero yo diría para consuelo de los que quieren abrazar
esta santa práctica, que El la da ordinariamente
a las almas que se disponen a ella. Y si no la da, p odemos al menos, con la
ayuda de sus gracias ordinarias, adquirir por la práctica de la presencia de
Dios, una manera y un estado de oración que
se acerca mucho a esta mirada simple.
Un
descubrimiento providencial en lo que concierne a los escritos del hermano
Lorenzo.
En
cuanto a los escritos de Lorenzo, hasta hace poco disponíamos sólo del solo
texto impreso, editado por el abad de
Beaufort en 1691 y del cual todos los lectores y escritores dependían. Ahora, de
forma totalmente providencial se ha descubierto un manuscrito del 1745 que
contiene la transcripción de los escritos de algunos escritores religiosos del siglo
XVII y al final… también las Cartas y Máximas Espirituales del hermano
Lorenzo de la
Resurrección.
Todo
esto será objeto de una nueva edición crítica de los textos del hermano
Lorenzo. Nuestro hermano saldrá todavía más verdadero, libre, y «teresiano», una
vez descubierto el estilo hagiográfico que el abad de Beaufort había imprimido
a sus escritos. Esto no quita nada del gran reconocimiento que debemos al abad
José de Beaufort. Sin él, la posteridad no habría conocido a este hermano laico
y sencillo. El comprendió muy pronto la riqueza espiritual del cocinero místico
al que visitó durante un cuarto de siglo, y percibió también la importancia de
su doctrina y la influencia apostólica que sus escritos y su ejemplo podrían
tener. Lorenzo es un profeta del Sol de Dios que ilumina nuestra vida, siempre
que nosotros no prefiramos quedarnos en la sombra.
La
misión del hermano Laurent continúa
El
hermano Lorenzo ocupa un lugar privilegiado en el corazón de numerosos
buscadores de Dios en el mundo entero, incluidos nuestros hermanos
protestantes, anglicanos y ortodoxos. Muchos cristianos le aman y lo escuchan y
lo veneran como un guía luminoso y un santo auténtico. Por su vida al Sol de
Dios y su testimonio radiante, el hermano Lorenzo de la Resurrección ,
verdadero hijo del Carmelo, continúa hoy su acción benéfica. El nos lleva a
Dios, presente en toda su vida, por la sencillez del amor. No dudemos en
acercarnos a él…
Roma,
14 de septiembre de 2014
P. Saverio
Cannistrà, O.C.D.
Préposé Général
No hay comentarios:
Publicar un comentario