JUNTOS ANDEMOS,
SEÑOR
Queridos
hermanos todos de la Provincia Ibérica :
Ya disculparéis que por esta vez y contra costumbre,
nuestra comunicación no tenga el tono solemne de los habituales mensajes
capitulares y vaya en el tono más sencillo y fraterno de una carta, como pide
la ocasión. Que no por eso su palabra es más ligera. Como no pierde gravedad,
salvadas las distancias, la palabra de la santa Madre, cuando junto a sus
grandes libros nos hace el regalo de sus cartas, y con ellas, girones de su
vida y sentimientos.
Y decimos que lo pide la ocasión, porque más que
compartir ideas también nosotros queremos compartir los sentimientos que estos
días nos han embargado. Y el primero de todos, un sentimiento de gozo
desbordado. Porque veníamos con la tristeza a cuestas del hogar perdido, ese
hogar que ha sido para cada uno la
Provincia religiosa en que nacimos y hemos vivido, y hemos
descubierto que, de repente, nuestra fraternidad se ha ensanchado y se ha
multiplicado por cinco. Y que sin haber perdido a los hermanos más cercanos,
nos hemos regalado nuevos hermanos, dispuestos a amarnos y ayudarnos, porque
por encima de nuestras diferencias geográficas o de procedencia, tenemos sobre
la misma fe una vocación común.
Y de este gozo de la cercanía redescubierta nace a la
vez un sentimiento de esperanza. No estamos solos. Ahora somos más. Y podemos
afrontar con más fuerza el reto que la vida y la sociedad nos proponen.
A fuer de hermanos queremos confesaros que a veces
también en estos días, el gozo y la esperanza se han nublado, cuando nos hemos
escuchado decir la escasez de vocaciones, la media de nuestras edades, el
desgarro de tener que cerrar casas donde hemos sembrado media vida, que para
algunos es una verdadera catástrofe, por mucho que la fe nos diga que es
necesario que el grano de trigo muera para que pueda dar fruto. Y hemos
confesado sin rubor nuestros desalientos, nuestra incertidumbre de caminar en
la noche, preguntándonos “¿A dónde el camino irá?” atreviéndonos incluso a
decirle al Señor como los apóstoles, asustados: “¿Es que no te importa que nos
hundamos?”.
Y el Señor, lo confesamos, que nos esperaba como
siempre, en la oración nos ha llevado aparte, también como a los discípulos, y
nos ha confortado. Primero con el regalo de su pan de cada día en la Eucaristía , que ha
hecho llevaderas las jornadas y luego, sin milagros, con las palabras que ha
puesto en boca de nuestras hermanos. Por ejemplo las de N. P. General Saverio,
el primer día instándonos a un cambio radical de actitudes para responder a lo que
Dios nos pide, tomando como punto de partida el saber y sentir que formamos un
grupo de hermanos que se quieren y se tienen confianza mutua, y que tienen que
caminar con “determinada determinación” por más que no veamos todavía la
estructura nueva... porque es de noche.
Y la palabra del nuevo Padre Provincial, Miguel,
invitándonos a ser, según la propuesta de la santa, “ánimas animosas”,
humildes, vestidos con la armadura de los humildes que es la confianza, porque
no es hora de presumir, pero tampoco de derrota. Y andar siempre “en la
verdad”, sin quedarnos en la segura comodidad de lo que ya conocemos,
estableciendo relaciones trasparentes y, cumpliendo la propuesta teresiana de
amarnos de verdad los unos a los otros, cuidando la vida del hermano y ayudándonos
a “desengañarnos” para poder crecer...
No sobra el decir que también nos ha confortado el
saber de la oración que hemos sentido cercana de toda la familia carmelitana. Y
en particular de las carmelitas descalzas, a las que confiamos aquí, con gratitud,
nuestra disponibilidad y deseo de una ayuda mutua fraterna. Sin olvidar a los
miembros de la Orden
Seglar , que también comparten con nosotros un mismo carisma.
Y por si no fuera bastante, hemos oído a diario la
palabra siempre viva y estimulante de Teresa, nuestra Madre que nos ha
invitado, como no podía ser menos, a “poner los ojos” en Cristo, el amigo y
compañero que nunca falla y con cuya compañía amorosa todos los caminos son
hacederos, y que se hace cada día encontradizo con nosotros en la oración, que
ha de ser por eso mismo para nosotros, nuestro quehacer más deseado. Más aún,
nos ha recordado la necesidad de “enamorarnos mucho” de Él, como ella lo hizo,
y de estar atentos a las necesidades de la Iglesia y de nuestros hermanos, preguntándonos todos
los días, con rendimiento y disponibilidad incondicional al querer de Dios
“¿Qué mandáis hacer de mí?”, sin perder nunca de vista que nuestra fidelidad al
querer de Dios se fragua cada día en cumplir ese “poquito” que está a nuestro
alcance, aunque no podemos conformarnos con medias tintas porque estamos
llamados “a darnos del todo al Todo”.
Por cierto que al hilo de su palabra y del reclamo de
esta entrega total, también nos ha sido estimulante el recuerdo de nuestros
“hermanos pasados”, pero no como hiciera ella el de aquellos ermitaños del
Monte Carmelo, sino el de nuestras hermanos que más cerca de nosotros dieron la
vida, como señal del amor mejor, en el martirio, por lo que nos ha acompañado
una reliquia de los mártires de Toledo, convencidos como dijera la santa de que
son “dichosas las vidas” que en esto se acabaren. Y nuestro recuerdo ha
terminado en evocar la memoria de los últimos hermanos, con los que hemos
convivido, fallecidos en ese otro martirio menos glorioso de la vida y el
trabajo de cada día, a los que agradecemos, sintiéndonos sus herederos, mucho
de lo que tenemos.
Pero a punto ya de terminar nuestra tarea, y de volver
cada uno a su casa de siempre, donde nos estáis esperando, creemos que hoy nos
dice nuestra santa Madre una Palabra que sin ser nueva resume todas las que le
hemos escuchado, y es el mejor aliento que nos regala, ahora que el camino nos
espera. Es la que escribió también tras el primer Capítulo de Alcalá: “Ahora estamos todos en paz... No nos estorba nadie a
servir a nuestro Señor. Por eso, hermanos... prisa a servir a Su Majestad... no
dejen caer ninguna cosa de perfección, por amor de nuestro Señor. No se diga
por ellos lo que de algunas Órdenes, que loan sus principios. Ahora comenzamos
y procuren ir comenzando siempre de bien en mejor” (F 28,19).
Palabras que queremos acoger con aquella docilidad y
entusiasmo con que Fray Juan escuchó los consejos de Teresa, mientras aprendía
en Valladolid de su boca lo del “estilo de hermandad y recreación”, que luego
practicó en Duruelo, amén de ir a predicar por los pueblos, y que desató el
gozo de la santa hasta juzgar que era mayor merced la que el Señor le hacía al
fundar las casas de los frailes sobre las de las monjas.
Pero no es hora de gloriarse. Es simplemente,
hermanos, siguiendo la palabra de la santa: hora de caminar…
Y a nosotros sólo nos queda, si hemos de acreditarnos
como buenos hijos suyos, acoger su propuesta, y prometer al Señor, a la vez que
ratificamos nuestra fe convencida en Dios que nos acompaña y nuestra confianza
en nuestros nuevos hermanos de camino: JUNTOS ANDEMOS, SEÑOR. Juntos sí, como
hermanos, con el Señor en medio de nosotros, que nos convocó y nos acompaña.
Ávila, 12 de febrero del 2015.
Homilía del P.
Saverio Cannistrà
Iglesia de la Santa – 12 de febrero de
2015
Misa del Peregrino
Clausura del
Capítulo provincial Extraordinario
De la Provincia Ibérica
de Sta. Teresa de Jesús
Llegados
al final de este Capítulo, la primera cosa que quiero expresar es mi
agradecimiento al Señor. Creo interpretar los sentimientos de todos nosotros,
diciendo que de verdad la
Eucaristía , la acción de gracias, es la conclusión “justa y
necesaria” de esta experiencia.
Doy
gracias al Señor por vosotros, hermanos, porque veo vuestra disponibilidad,
vuestro compromiso para que se realice esta nueva casa del Carmelo ibérico,
este nuevo hogar. Doy gracias por el ánimo que veo en el Padre Provincial y en
sus Consejeros, sabiendo que tienen una gran labor por delante, dificultades,
problemas por solucionar. Sin embargo, veo que no están asustados, sino con
mucha gana de ponerse al servicio de nuestros hermanos y hermanas. Hago mías
las palabras de Teresa que ayer escuchamos antes de Vísperas: A los que veo más aprovechados y con estas
determinaciones y desasidos y animosos, los amo mucho, y con todos querría yo
tratar, y parece que me ayudan (…) me
parece que ayuda Dios a los que por Él se ponen, y que nunca falta a quien en
Él solo confía (Rel 1,14).
El
Evangelio de hoy no cuenta de una mujer que es así: animosa y determinada. Ella
sale de su casa y va al encuentro de Jesús, pasando “los fuertes y fronteras”
que le separan de Él. Jesús lo sabe y parece que quiere recordarle la distancia
que los separa para hacer resaltar aun más la fuerza y la fe de esta mujer. En
realidad, ella está haciendo justamente lo mismo que Jesús hizo. Él es el
primero que ha cruzado la frontera entre la Galilea y la región pagana de Tiro y ahora se
encuentra allá justamente para encontrarse con esta mujer. La gracia siempre
nos adelanta y nos abre el camino.
Esta
mujer se encuentra con Jesús en una tierra nueva, que no es ni Galilea ni Tiro:
es la tierra pisada por Jesús, la tierra del Reino de Dios, en el cual nadie es
extranjero. Esta mujer es pobre y desamparada: no se habla de su marido y su
hija está enferma, poseída por un espíritu inmundo. Sin embargo, podemos decir
que la pobreza es su fuerza, porque la empuja a ponerse delante del Señor y
a entregar su vida en sus manos. Creo
que en esta palabra del Evangelio podemos encontrar una respuesta a muchos de
los interrogantes de estos días.
Sí,
somos pobres, débiles, frágiles. A veces tenemos la impresión de ser marginados
por nuestra sociedad. Pero mi pregunta es: ¿cómo vivimos nuestra pobreza?
¿Somos pobres con ganas de ser ricos y poderosos o somos pobres que convierten
su pobreza en un acto de fe y se vuelven valientes y buscan solo al Señor con determinada determinación? ¿Cuáles son
las repercusiones de nuestra pobreza? Tristeza, desánimo, cinismo; estas son
“obras de la carne”. O la pobreza la queremos y la amamos porque es fuente de
vida nueva, teologal, en la cual solo una cosa importa: ser hijos y hermanos.
Si solo nos preocupamos de nuestras cosas, de nuestras actividades y negocios,
nunca encontraremos –como nos dice el libro del Génesis– “una ayuda adecuada”.
Esta ayuda podemos encontrarla solo en ser familia, que comparte todas las
dimensiones de su vida.
Ya no es
tiempo de caminantes solitarios. Hace falta ir juntos hacia la misma meta,
olvidándonos de nosotros mismos. Y esto es mi deseo para esta nueva Provincia:
que no tenga miedo a su pobreza, sino que haga de ella el cimiento de su vida.
Que sea una comunidad de pobres, que se quieren y solo del Señor esperan la
fuerza y la luz para ir adelante en el camino.
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