LA PURIFICACION FINAL O
PURGATORIO
El mes de noviembre es el mes que
la Iglesia dedica a las benditas Almas del Purgatorio. En el Catecismo de la
Iglesia Católica hay unos cuantos puntos que nos explican en qué consiste. Los
apuntamos a continuación.
1030 Los que mueren en la gracia
y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros
de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de
obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo.
1031 La Iglesia llama Purgatorio
a esta purificación final de los elegidos que es completamente distinta del
castigo de los condenados. La Iglesia ha formulado la doctrina de la fe
relativa al Purgatorio sobre todo en los Concilios de Florencia (cf. DS 1304) y
de Trento (cf. DS 1820: 1580). La tradición de la Iglesia, haciendo referencia
a ciertos textos de la Escritura (por ejemplo 1 Co 3, 15; 1 P 1, 7) habla de un
fuego purificador:Respecto a ciertas faltas ligeras, es necesario creer que,
antes del juicio, existe un fuego purificador, según lo que afirma Aquél que es
la Verdad, al decir que si alguno ha pronunciado una blasfemia contra el
Espíritu Santo, esto no le será perdonado ni en este siglo, ni en el futuro (Mt
12, 31). En esta frase podemos entender que algunas faltas pueden ser
perdonadas en este siglo, pero otras en el siglo futuro (San Gregorio Magno,
dial. 4, 39).
1032 Esta enseñanza se apoya
también en la práctica de la oración por los difuntos, de la que ya habla la
Escritura: "Por eso mandó [Judas Macabeo] hacer este sacrificio expiatorio
en favor de los muertos, para que quedaran liberados del pecado" (2 M 12,
46). Desde los primeros tiempos, la Iglesia ha honrado la memoria de los
difuntos y ha ofrecido sufragios en su favor, en particular el sacrificio
eucarístico (cf. DS 856), para que, una vez purificados, puedan llegar a la
visión beatífica de Dios. La Iglesia también recomienda las limosnas, las
indulgencias y las obras de penitencia en favor de los difuntos:
Llevémosles socorros y hagamos su
conmemoración. Si los hijos de Job fueron purificados por el sacrificio de su
Padre (cf. Jb 1, 5), ¿por qué habríamos de dudar de que nuestras ofrendas por
los muertos les lleven un cierto consuelo? No dudemos, pues, en socorrer a los
que han partido y en ofrecer nuestras plegarias por ellos (San Juan Crisóstomo,
hom. in 1 Cor 41, 5).
1472. “Para entender esta
doctrina y esta práctica de la Iglesia es preciso recordar que el pecado tiene una doble consecuencia. El
pecado grave nos priva de la comunión con Dios
y por ello nos hace incapaces de la vida eterna, cuya privación se llama
la "pena eterna" del pecado.
Por otra parte, todo pecado, incluso venial, entraña apego desordenado a
las criaturas que tienen necesidad de
purificación, sea aquí abajo, sea después de la muerte, en el estado que se llama Purgatorio. Esta
purificación libera de lo que se llama la "pena temporal" del pecado. Estas dos penas no
deben ser concebidas como una especie de
venganza, infligida por Dios desde el exterior, sino como algo que brota
de la naturaleza misma del pecado. Una
conversión que procede de una ferviente caridad puede llegar a la total purificación del pecador, de modo que no
subsistiría ninguna pena”.
Catecismo de la Iglesia Católica

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