Feliz día del Carmen
P. Provincial
Queridos
hermanos y hermanas, MUY FELIZ DÍA DE LA VIRGEN DEL CARMEN a todos.
Acaban
de dar las 12 de la noche en el reloj. Hace unos minutos hemos entrado en el
día del Carmen, de Nuestra Madre, nuestra Hermana, nuestra Señora. Como quien
se zambulle en las entrañas seguras que solo pueden dar a luz la historia que
lleva por nombre a Jesús. Unos minutos antes de dar las doce paseaba con tres
hermanos por la playa, una de tantas playas, siempre únicas, contemplando el
mar, que en todas sus orillas guarda la presencia de María, Faro Luminoso:
Stella Maris, velando nuestras vidas arriesgadas a la mar, en la incertidumbre,
en la noche, incluso en los naufragios y en la orilla recién encontrada.
Mientras
paseaba, un hermano bueno me ha dicho que no hace falta que felicite con largas
palabras, que no me extienda, que sea breve y sustancioso, en decir lo que le
pedimos a María, que nos haga fieles hijos de tal madre, según su corazón.
Además, salgo temprano a visitar a otro hermano nuestro hospitalizado, y en el
viaje emplearé la mitad de este día de fiesta, desde muy temprano. Me ha aliviado
su palabra, aunque sé que no le haré del todo caso…
Estos
días de la visita a las comunidades me preguntan si hay muchos problemas en la
Provincia, casi dándose a sí mismos la respuesta: hay muchos problemas, y
estamos en un momento crítico y decisivo, que sin duda pasaremos, porque el
futuro no depende fundamentalmente de nuestros aciertos o desaciertos, sino del
deseo de Dios, de la voluntad de María de cuidar nuestra casa y reconstruir en
las estructuras resquebrajadas y cansadas, una morada para que Él venga a
habitar.
Hay
muchos problemas, respondo, pero hay muchas más bendiciones. Hay muchas
dificultades que nos superan, pero hay muchos más milagros de vida, hay mucha
queja y mucho cansancio y sensación de pérdida, pero mucho más de trabajo
humilde, inútil, invisible, gratuito, generoso, desinteresado. Hoy, delante de
la Virgen me ha venido DAR GRACIAS DE CORAZÓN POR LA PROVINCIA A LA QUE EL
SEÑOR ME HA REGALADO PERTENECER, no porque seamos la provincia más grande de la
Orden, no porque tengamos los lugares más significativos de nuestros orígenes,
no porque sea la tierra donde nacieron y vivieron Teresa y Juan de la Cruz, no
porque vivamos un tiempo de libertad y de formación heredado de grandes hombres
y mujeres pioneros que abrieron caminos de sabiduría y de estudio impagables,
no porque tengamos la suerte de vivir en un lado del mundo donde no se nos
persigue por vivir nuestra fe y donde tenemos medios materiales para cuidar
nuestra salud y nuestra formación… no por todo eso que sí doy gracias, sino porque
ahora precisamente es un momento, para las carmelitas, los carmelitas y los
seglares de búsqueda de un sentido nuevo, de quiebra de modos e inercias
antiguos que no dicen vida y no contagian, porque en la pérdida de lo que nos
sostenía y aseguraba la vida, y en la búsqueda de lo que está por nacer, se
halla la esperanza de un Carmelo que no es construcción sobre todo de nuestra
inteligencia o de nuestra perspicacia, sino de aquella semilla que dice el
evangelio que enterrada, muriendo y pudriéndose, esconde regada por el Dios de
la Vida, los tiempos nuevos, el Carmelo Nuevo, en la fidelidad de todos los
tiempos.
Doy
gracias a Dios, sin hablar hoy de problemas, porque al recorrer las comunidades
veo sobre todo, hermanos que están recibiendo quimioterapia, que apenas se
quejan y siguen dándose por los demás, sin tregua y sin descanso; hermanos de
más de noventa años que no se jubilan de escribir, de trabajar, de pasear para
cuidarse, de escuchar y de estar disponibles; hermanos que ven el lado bueno de
las cosas y que alaban lo que los demás hermanos hacen aplaudiendo el esfuerzo
ajeno; hermanos que se levantan a las cinco de la mañana a barrer la plaza del
convento sin que nadie se lo pida; hermanos que preparan el café mucho antes de
amanecer pensando en los demás, sin decir nada; hermanos jóvenes y no tan
jóvenes que tienen graves dolores de espalda y casi nunca se quejan, mientras
escuchan a todos los que vienen al despacho; hermanos que friegan todos los
cacharros que han quedado de la noche, cuando ya los demás se han ido a
descansar; hermanos que hasta altas horas de la noche repasan las cuentas, para
que todo cuadre, y se levantan igualmente a rezar aunque apenas hayan dormido;
hermanos que cuando llegan los hermanos de una misión, de una predicación, se
interesan por ellos y les preguntan con verdadero interés por cómo les ha ido;
hermanos que pasan noches de hospital al pie de la cama de otros hermanos;
hermanos que cambian pañales de otros hermanos, y hermanos que cuando falta la
cocinera, hacen la comida con esmero y cuidado, hacen la compra cada día y
procuran que nunca falte el pan reciente cada mañana; hay hermanos que cuidan
de sus padres y se preocupan de ellos, sin desatender la obediencia de sus
tareas, y hermanos que están gravemente enfermos y no han dejado nunca de ir
mensualmente a cuidar a sus padres durante una o dos semanas, sin protestar,
con sumo cariño; hermanos que trabajan horas y horas sin fin leyendo,
escribiendo y preparando clases, por el orgullo de iluminar, escribir y enseñar,
y poner verdad en el camino de las personas, con verdadera vocación teresiana
de ayudar a caminar en verdad; hay hermanos que se levantan media hora antes de
la oración de los demás o del horario de comunidad, por el deseo de estar con
el Señor, sin ley, porque tienen todavía despierto el deseo de cuidarle y
cuidarse…
Podría
seguir recogiendo aquí muchos más ejemplos (todos son reales), pero no hace
falta, y ninguno de ellos necesita la más mínima propaganda.
Sí,
hay muchos problemas en la Provincia, muchos, más de los que la mayoría sabe,
pero hay infinidad de gestos y de milagros de generosidad entre mis hermanos
que no contabilizan en las cuentas de si fue o no oportuno dar un paso de
unificación o si fue acertada o no tal decisión. La vida se nos agota en la
queja, mientras otros se agotan en desvivirse por otros sin hacer ruido y sin
apenas cuidarse de sí. Por todo ello, hoy, día del Carmen del año 2019, quiero
darte GRACIAS, María, y pedirte, suplicarte que cuides de mis hermanos, de
todos, sin dejar a nadie fuera, que los protejas y los sigas alentando, y
ayudando a levantarse por las mañanas, arrópales cuando haga frío, y dales la
brisa fresca en las noches de insomnio, y calma la rabia o el enfado de los que
justamente se sienten dolidos, y sigue dándonos la certeza de que pese a
nuestras torpezas, tú, María, Madre, Hermana, nos llevas de tu mano, y nos
cuidarás, porque el camino es superior a nuestras fuerzas, y porque te hemos
dicho SÍ, imitando tu SÍ, en absoluta confianza.
Gracias,
María.
Feliz
día del Carmen, mis hermanos y hermanas. Gracias por vuestra vida.
P.
Miguel Márquez.
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