lunes, 13 de octubre de 2014

CELEBRACIÓN DEL V CENTENARIO DEL NACIMIENTO DE SANTA TERESA DE JESÚS: “Para Vos nací”

Durante varios años nos hemos venido preparando para estas celebraciones que comenzaremos el próximo miércoles día 15 de octubre de este año. Ha sido la lectura y reflexión de los escritos de Nuestra Santa Madre, la que nos ha hecho entrar en sintonía con su espíritu, no sólo reflexionando sus textos, sino buscando su actualización. Todo ello ha sido como ir preparando la tierra y sembrando semillas, para que a lo largo de este año vaya dando fruto. Podemos preguntarnos: ¿qué significa para nosotros hoy celebrar este acontecimiento?
1.-Teresa de Jesús no es una pieza de museo.
Actualidad de la figura de nuestra Santa Madre. Hay autores mucho más autorizados que yo para señalar que Santa Teresa tiene una gran actualidad. Repasando su vida, sus escritos, su mensaje, podemos descubrir cómo su figura se sigue proyectando  más allá del siglo XVI, época en la cual vivió. También hoy su palabra tiene espacio propio. No es sólo una lección que enseñarnos o frases bonitas para repetir, sino un mensaje, que como el Evangelio perdura, llega a nuestro corazón y al del hombre del siglo XXI que está tan necesitado de Dios, como el que se encontró ella en la España de su tiempo.
Compañía. En estos tiempos en los cuales todos sentimos la necesidad de alguien que nos acompañe, que nos escuche, que nos muestre caminos, ella se convierte en una compañera que, desde su experiencia, nos garantiza el profundo encuentro con Dios, y a la vez, una plena realización como seres humanos. De su mano podemos llegar a descubrir los caminos insospechados del Espíritu, admirarnos ante la presencia de Dios que nos sorprende y encontrarnos con el Dios que responde a nuestros anhelos.
Acogida y Creatividad. Así como nosotros acogemos la figura y el mensaje de la Santa, nos sentimos acogidos por ella. Es como un eco, ‘una sima que grita a otra sima’ (Salmo 42,8), y que hace que podamos encontrarnos porque nos necesitamos.
Nuestro mundo vive de creatividad, de novedad. A veces novedades superficiales, que pasan pronto. Otras veces, creatividades que perduran porque son genialidades, como las grandes obras de pintura, escultura, literatura… Pues bien, Teresa fue una mujer creativa, que supo abrir caminos que no sólo fueron novedad para su tiempo, sino que persisten a lo largo de los siglos y que se han expandido a muchos lugares. Las Fundaciones de Carmelitas Descalzas que ella realizó, no sólo se quedaron ahí, sino que de su seno brotaron otras monjas que supieron contagiar a otros lugares del mundo ese mismo Espíritu brotado en Teresa de Jesús. Y esa pequeña semilla de creatividad perdura y sigue expandiéndose. Lo mismo el impulso que dio a los carmelitas descalzos. Ojala que nosotros seamos capaces de seguir viviendo con esa misma fidelidad creativa (Vita Consecrata números 36 y 37) que tuvo la Santa.
2.-Acoger y hacer nuestra la lucidez con la que ella vivió
La Santa supo ver la verdad de la vida, desde cuando era niña (Vida 1,4) porque se encontró y se dejó interpelar por la Verdad. A través de la oración y en los diversos encuentros: directores espirituales, otras monjas, laicos, supo dejarse cuestionar por esa presencia del Espíritu que es quien guía hacia la verdad. Es Jesucristo, la VERDAD (Juan 14,6) quien va haciendo que ella entre en ese camino. Y hacer de Jesucristo el centro de su vida, esa presencia del Dios Trinidad, la llevó a no dejarse estar en una vida mediocre, tranquila. Ella podía haber sido una más en el Monasterio de la Encarnación (‘parecíame era mejor andar como los muchos’, Vida 7, 1). No era algo malo lo que vivía, pero no se había hecho monja para eso, vivía con insatisfacción y buscaba algo mejor.
Sentía bullir dentro de sí una llamada a una calidad mayor en su entrega. Lucha para poder responder y seguir a Jesús en lo que sentía que Él la pedía. Y ese encuentro con Jesús, la hacía sentirse cada vez más cuestionada, en su estilo de vivir la vocación a la que Él mismo le había llamado. Quiso vivir con radicalidad su vocación, y por eso escribe lo que leemos en el Camino de Perfección: “determiné hacer eso poquito que era en mí, que es seguir los consejos evangélicos con toda la perfección que yo pudiese” (1,2). Y no sólo vivirá ella ese propósito, sino también sembrará en otras hermanas esa inquietud: “procurar que estas poquitas que están aquí hiciesen lo mismo” (Camino 1,2).
El encuentro con Jesús la llevó a buscar y vivir siempre en la verdad. En la oración supo dejarse interpelar por la Verdad e indicarnos que los que oran verdaderamente, son amigos de la Verdad, y no aman sino verdades (cf. Camino 40,3). Una verdad que la hace descubrir su propia realidad, amar su pobreza, amar la humildad, porque Dios es amigo de esta virtud (cf. 6M 10,7). Eso la hizo vivir con lucidez, con realismo, pero también con proyección de algo distinto, fiada en la fuerza de Dios que siempre invita a abrir nuevos caminos. Desde ella nos sentimos urgidos a vivir nuestra vocación orante, también nosotros, como carmelitas descalzos queremos encontrarnos con el Amigo que nos ama (cf. Vida 8,5), en la oración silenciosa de cada día, que nunca nos debe faltar.
Y esa experiencia de Jesucristo nos llevará a vivir con apasionamiento nuestra vocación. En este medio en el que vivimos donde ‘se pasa’ de muchas cosas, y donde nosotros también podemos terminar por ‘pasar’, la Santa nos invita a vivir con pasión nuestra misión. Pasión en el doble sentido de la palabra: por un lado aceptar la Pasión de Jesús, que es saber llevar la cruz, los dolores de la vida (Lc 9,23) y por otro lado apasionarnos, porque vivimos nuestra vocación con felicidad y el que está contento con lo que vive no puede hacerlo con indiferencia, sino que se siente impulsado a que otros prueben eso mismo.
3.-Dimensión eclesial y misionera
Uno de los aspectos que el Papa Francisco nos está insistiendo en estos momentos es en la misión, ir a las periferias (E G 20). Lo que hemos recibido es para darlo, lo recibimos gratis y lo damos de la misma manera. Una misión que no la hacemos por cuenta nuestra, sino que somos enviados. Y somos enviados por Jesús y desde la Iglesia. En esta Iglesia concreta, que nos duele, nos anima, nos arropa. Como sabemos Santa Teresa rezuma en sus escritos un amor a la Iglesia, a los prelados, a los defensores de la Iglesia (cf. Camino 3), a pesar de que en algunos momentos no tuvo ella el apoyo que hubiera deseado por parte de algunos jerarcas de la misma. Pero eso no la llevó a quitar su afecto a la institución, sino a mirar más en profundidad y descubrir en ella la presencia de Jesucristo.
Cuando habla de la Iglesia suele poner por delante el adjetivo vuestra, es obra de Él, de Jesucristo. Y esta realidad de la Iglesia se muestra a través de mediaciones. Y nosotros que nos encontramos entre esos defensores de la Iglesia, tenemos que preguntarnos cómo mostramos ese rostro del Evangelio, de Jesús a través de nuestra misión; ojalá que sea como quería nuestra Santa.
Una Iglesia y una misión que implica salir. Eso significa que, en la medida de nuestras posibilidades, tenemos que salir, sin miedo o por lo menos dejando de lado temores que podamos tener. Y tenemos muchas formas de salir: desde la oración, en el silencio, escribiendo, en el apostolado directo. Hoy en día cuando se valora tanto el ENCUENTRO, nosotros no podemos quedarnos encerrados. Con nuestras capacidades, y Dios nos ha dado muchos talentos, tenemos que salir, llevar tanta riqueza que tenemos en lo individual, en lo comunitario, en lo carismático. Nosotros somos instrumentos y eso es lo que se nos pide, que seamos buenos instrumentos.
Salir al encuentro se hace también con la presencia en las redes sociales, páginas web, en nuestros mensajes (mails). Recordamos tantas cartas que escribió Santa Teresa y cómo generalmente en algún momento del escrito hablaba de Jesús, y no perdía ocasión, como dice S. Pablo (‘a tiempo y a destiempo’ II Tim 4,2), de anunciar el Evangelio.
4.-En el proceso en el que estamos embarcados como carmelitas descalzos en España
Estamos en una coyuntura en España que nos invita a abrirnos a algo nuevo. Santa Teresa tiene algo que decirnos en este momento. Creo que nos está impulsando, como el Papa Francisco en este Sínodo de la Familia, a la parresía (Fil 1,20; I Tes 2,2) que es un dejarse guiar por la fuerza del Espíritu. Si Teresa de Jesús se hubiera dejado llevar de sus temores humanos habría hecho poco. Pero ella confiando en el Señor (sin blanca: Vida 33,12; Fundaciones 21,2) comenzó a realizar cosas que para aquel tiempo tampoco eran fáciles, seguramente que muchos las calificaron de ‘locura’. Pero claro, en nombre de Dios se pueden hacer muchas cosas.
Una ilimitada confianza en el Señor, nos invita en estos momentos de reestructuración a vivir esa misma actitud que Teresa. ¿Todos están de acuerdo? No, ciertamente. Pero hay una mayoría que sí cree que puede ser un camino, pensado con humildad y buscando alguna salida a nuestra situación concreta. Significa que todos tenemos que ponernos en la misma dirección, con las divergencias normales, con la lógica diversidad.
Seamos realistas y pensemos que el Señor nos invita a abrir caminos nuevos. Pues si seguimos como hasta ahora, ya sabemos hacia dónde vamos y lo que nos queda. ¿Por qué no probar algo distinto? No por impulsos locos, ni por modas, ni porque otros lo hacen, sino porque creemos que el Espíritu nos pide algo diferente.
La Santa creo que nos invita a probar este camino. Para ella, dejar la seguridad de vivir en el monasterio de la Encarnación para trasladarse a vivir al conventito de S. José, no debió ser fácil (dice en Vida 32,10: “como tenía grandísimo contento en la casa en que estaba (La Encarnación) porque era muy a mi gusto y la celda en que estaba hecha muy a mi propósito; todavía me detenía”). Inclusive, como sabemos muchos se le opusieron. Poco a poco lo fueron aprobando y apoyando, pero después de un tiempo de amarguras y contradicciones. La Santa pensó que tenía que dar un paso en otra dirección y es lo que puso por obra.
Toda propuesta que ofrece algo novedoso, no se lleva a cabo sin obstáculos, sin despojos, sin sufrimientos. Por eso hay que hacer juntos este camino. La Santa no realizó su sueño ella sola, sino que en su celda de la Encarnación, sabemos que se juntaba con otras hermanas que querían y soñaban con algo nuevo (Vida 32,10-11).
En algunos momentos la conversión o el cambio de ciertos aspectos de la vida son difíciles, pero es una exigencia puramente personal que hay que realizar. Pero en otros momentos se requiere un cambio institucional, aunque esta realidad sea más difícil y compleja; una estructura no cambia ni se mueve con facilidad. Pero meternos en este camino es ofrecernos, es ofrecer, es soñar con algo diverso, es apoyar algo nuevo, y esto no se hace sin sufrimientos (“mudar costumbre es muerte”, como escriba la Santa en una carta a Doña Luisa de la Cerda, 7 noviembre 1571).
No tenemos muchas riquezas para compartir, sino nuestras pobrezas. Dar lo que somos que es más que lo que tenemos. Pues lo que somos puede ir creando una realidad distinta. Experimentarnos pobres nos abre a la necesidad, al compartir con el otro, a sentir que no somos autosuficientes. Y de esa pobreza el Señor puede hacer que surja algo nuevo, como vemos en el himno de Filipenses, Cristo se hizo pobre, se hizo esclavo y Dios lo levantó sobre todo (cf. 2, 6-11).
Por eso, en este momento de cambio de época, sentimos que el Señor nos llama a algo cualitativamente distinto. No es que seamos mejores que los anteriores, ni mucho menos. Hoy como ayer y como en el futuro tenemos que tratar de vivir con exigencia la vocación y el carisma, ayudados por la gracia de Dios y por el apoyo de los hermanos.
Lo vemos en la Santa, que deja el monasterio de la Encarnación, porque siente que allí no puede llevar adelante lo que descubría en su interior como una llama, y eso no significa que en ese monasterio las hermanas no vivían como debían, es otra cosa. Nosotros en estos momentos estamos llamados a recuperar con más fuerza el ‘propósito de vida’, lo que inspiró nuestra vocación, nuestra espiritualidad, la realidad del carisma en nuestra vida para poder presentarlo ante el mundo de un modo más nítido. Ofrecer algo distinto, algo nuevo, más evangélico, más teresiano, algo que pueda mover más a los jóvenes hoy día.
5.-Abiertos al futuro
Ciertamente que hay muchos actos programados para vivir y hacer vivir a quien lo desee este V Centenario del nacimiento de Santa Teresa. Pero las fechas del calendario nos dicen que el 15 de octubre del 2015 se realizará la clausura de este acontecimiento, ¿y entonces? ¿qué haremos? No podemos cerrar una página como algo cumplido y concluido. Sino que este acontecimiento tiene que dejar en nosotros algo a vivir de un modo permanente.
Este tiempo del V Centenario tiene que ayudarnos a fortalecer nuestra vocación profética: “La contemplación abre a la actitud profética. El profeta es un hombre ‘que tiene los ojos penetrantes y que escucha y dice las palabras de Dios…un hombre de tres tiempos: promesa del pasado, contemplación del presente, ánimo para indicar el camino hacia el futuro’…” (Alegraos, carta de la CIVCSVA 2014, 6).
Podemos decir que esto lo vivió Teresa de Jesús y que eso ha quedado  también en nuestra vocación. Caminos nuevos hacia el futuro, dejar los caminos de siempre para lanzarnos a algo distinto, arriesgando nuestra vida en el nombre del Señor y de su Evangelio. Vivir una vida cuestionadora hacia afuera, y preguntarnos nosotros para vivir un constante proceso de revisión, de conversión, para dar frutos nuevos personal y comunitariamente. No basta con indicar a otros el camino, nosotros somos los primeros que tenemos que lanzarnos en ese camino que creemos hoy Dios nos pide.
Siempre el futuro suele tener una connotación de inseguridad. Ya le pasó a Teresa cuando escuchaba lo que después escribió: “Ahora, tornando a los que quieren ir por él y no parar hasta el fin, que es llegar a beber de esta agua de vida, cómo han de comenzar, digo que importa mucho, y el todo, una grande y muy determinada determinación de no parar hasta llegar a ella, venga lo que viniere, suceda lo que sucediere, trabájese lo que se trabajare, murmure quien murmurare…como muchas veces acaece con decirnos: «hay peligros», «fulana por aquí se perdió», «el otro se engañó», «el otro, que rezaba mucho, cayó», «hacen daño a la virtud», «no es para mujeres, que les podrán venir ilusiones», «mejor será que hilen», «no han menester esas delicadeces», «basta el Paternóster y Avemaría»” (Camino de Perfección 21,2).
También nosotros podemos quedarnos en lo de siempre, tranquilitos, sin moverse demasiado ni pretender otras cosas que lo que nos da nuestro pequeño horizonte. Pero si queremos ser hijos de tal Madre, tenemos que estar dispuestos a arriesgarnos por algo nuevo. Quizá no encontraremos muchas gentes que nos impulsen en este sentido, pero sería una pena que no diéramos pasos hacia algo que muestre de verdad signos nuevos, apertura a algo creativo, a romper lo caduco, ese mundo que debe quedar atrás, ese hombre viejo que puede atenazarnos y ser hombres nuevos, carmelitas teresianos nuevos, dejándose llevar por la Novedad del Espíritu.
Una realidad que nos invita a vivir con profundidad nuestra Identidad. Sabemos lo que dicen nuestras Constituciones y ojalá que, cada día, profundicemos la maravillosa doctrina que allí está presente. Ser carmelitas descalzos, que se manifiesta en un obrar acorde a lo que un día nos comprometimos a vivir. Todo esto hecho con disponibilidad, con libertad. Vivir y manifestar nuestra identidad como carmelitas descalzos, de tal manera que el carisma se haga presente allí donde estamos.
El Papa Francisco insiste en la alegría. De hecho su Exhortación Apostólica, como sabemos lleva por título ‘La alegría del Evangelio’ (2013) y allí leemos: “ojalá que el mundo actual pueda recibir la Buena Nueva…a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo” (número 10).
No tengo necesidad de recorrer los muchos pasajes de la vida y escritos de la Santa donde se habla o se manifiesta cómo ella vivía con alegría y exhortaba a sus hijas a vivir del mismo modo, característica que debe mostrar todo seguidor de Jesús. No cabe duda que es uno de los signos de satisfacción en la vida y uno de los mejores modo de evangelizar (cf. Fundaciones 5,10). El encuentro profundo con Jesús en la Eucaristía tiene la virtud de transformar nuestros pesimismos en esperanzas, como a los discípulos de Emaús (Lc 24).
Estamos en la casa donde la Virgen es la Señora, la dueña del lugar, la que nos lleva a Jesús, la que nos acoge, nos recibe, nos escucha y nos impulsa a continuar nuestra misión con fortaleza y alegría. Por eso le pedimos a ella, cuyo hábito indignamente traemos (3M 1,2) que sea impulso para nuestra vida, creatividad en nuestra vocación, renovación en nuestras comunidades, fortaleza en nuestra misión; “Madre del evangelio viviente, manantial de alegría para los pequeños, ruega por nosotros” (Papa Francisco).
Fr. Carmelo Hernández, ocd
Superior Provincial

Burgos octubre 2015

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