Uno de los santos que más se han granjeado el corazón y la
estima del pueblo cristiano es San Antonio. Llámasele, según famosa frase de
León XIII, “el santo de todo el mundo”; pero es conocido, amado e invocado
preferentemente por el pueblo humilde, que ha vislumbrado en él al dispensador
de los tesoros celestiales y al protector decidido de los intereses de los
pobres. La historia, principalmente la más antigua biografía del Santo paduano,
conocida por el nombre de Assidua, nos da en síntesis una perfecta semblanza
del mismo.
Un día la enfermedad que le aquejaba anunció un fatal
desenlace. Recibidos los santos sacramentos, cantó Antonio un cántico a la Virgen mientras fijaba su
mirada hacia un punto luminoso, invisible para los allí presentes, con una
sonrisa beatífica en sus labios. El religioso que le asistía le preguntó en la
intimidad qué cosa veía, a lo que respondió el Santo: “Veo a mi Señor”. Después
alargó los brazos, juntó las palmas de las manos en actitud humilde y alternaba
con los religiosos en el rezo de los salmos penitenciales. Al terminar entró en
un profundo éxtasis que duró media hora; vuelto en sí miró por última vez a los
presentes, sonrióles y su alma santísima, desligada de los lazos de la carne,
fue absorbida en los abismos de los resplandores divinos. Era viernes, día 13
de junio del año 1231. Tan pronto como expiró los niños de Padua recorrieron la
ciudad al grito de: “¡Ha muerto el Santo! ¡Ha muerto San Antonio!”.
Dios quiso glorificar su sepulcro obrando por su intercesión
gran número de milagros, lo que movió a las autoridades eclesiásticas a pensar
en su canonización, lo que hizo el papa Gregorio IX aún no transcurrido el año
de la muerte. El mismo Gregorio IX le concedió, al canonizarle, la misa de
doctor, que ininterrumpidamente se ha celebrado en su fiesta, por los tesoros
de altísima sabiduría de que fueron testigos y panegiristas los Romanos
Pontífices. Pío XII se hizo intérprete de esa tradición secular cuando el día
16 de enero de 1946 le proclamaba doctor de la Iglesia , asignándole el
título de Doctor Evangélico, por las Letras Apostólicas que empiezan con el
siguiente elogio: “Alégrate, feliz Lusitania; salta de júbilo, Padua dichosa,
pues engendrasteis para la tierra y para el cielo a un varón que bien puede
compararse con un astro rutilante, ya que brillando, no sólo por la santidad de
su vida y gloriosa fama de sus milagros, sino también por el esplendor que por
todas partes derrama su celestial doctrina, alumbró y aun sigue alumbrando al
mundo entero con una luz fulgentísima”. San Antonio no ha perdido actualidad y
su memoria es evocada constantemente por el pueblo cristiano, que ve en él al
santo que resucita los muertos, que cura las enfermedades, que está dotado del
don de bilocación, que habla a los peces, que convierte a los herejes, que
aligera el bolsillo de los ricos en provecho de los pobres necesitados, que
asegura y multiplica las provisiones, que allana los obstáculos que dificultan
el contraer matrimonio, que halla las cosas perdidas, que conversa
amigablemente con el Niño Jesús. La experiencia cotidiana enseña que San
Antonio no defrauda nunca la esperanza de sus devotos, que confían en su
valimiento ante el trono del Altísimo.
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