según las visiones de la Beata Ana Catalina
Emmerich.
"Vi la caravana de los
tres Reyes llegando a una puerta situada hacia el Sur.
Un grupo de hombres los
siguió hasta un arroyo que hay delante de la ciudad, volviéndose luego. Cuando
hubieron pasado el arroyo, se detuvieron un momento para buscar la estrella en
el cielo. Habiéndola divisado dieron un grito de alegría y continuaron su
marcha cantando. La estrella no los conducía en línea recta, sino por un camino
que se desviaba un poco al Oeste.
La gran estrella
"La estrella, que
brillaba durante la noche como un globo de fuego, se parecía ahora a la luna
vista durante el día; no era perfectamente redonda, sino como recortada; a
menudo la vi oculta por las nubes (...) El camino que seguían los Reyes era
solitario, y Dios los llevaba sin duda por allí para que pudieran llegar a
Belén durante la noche, sin llamar demasiado la atención.
Los vi ponerse en camino
cuando ya el sol se hallaba muy bajo. Iban en el mismo orden, en que habían
venido ; Ménsor, el más joven, iba delante; luego venía Saír, el cetrino, y por
fin Teóceno, el blanco, que era también el de más edad.
"Les hablaron del valle
de los pastores como de un buen lugar para levantar sus carpas. Ellos se
quedaron durante largo rato indecisos. Yo no les oí preguntar nada acerca del
rey de los judíos recién nacido. Sabían que Belén era el sitio designado por la
profecía; pero, a causa de lo que Herodes les había dicho, temían llamar la
atención.
"Pronto vieron brillar
en el cielo, sobre un lado de Belén, un meteoro semejante a la luna cuando
aparece; montaron entonces nuevamente en sus cabalgaduras, y costeando un foso
y unos muros ruinosos, dieron la vuelta a Belén, por el Sur, y se dirigieron al
Oriente hacia la gruta del Pesebre, que abordaron por el costado de la llanura
donde los ángeles se habían aparecido a los pastores (...) "El campamento
se hallaba en parte arreglado, cuando los Reyes vieron aparecer la estrella,
clara y brillante, sobre la colina del Pesebre, dirigiendo hacia ella
perpendicularmente sus rayos de luz. La estrella pareció crecer mucho y derramó
una cantidad extraordinaria de luz (...)
Un gran júbilo
"De pronto sintieron un
gran júbilo, pues vieron en medio de la luz, la figura resplandeciente de un
niño. Todos se destocaron para demostrar su respeto; luego los tres Reyes
fueron hacia la colina y encontraron la puerta de la gruta. Ménsor la abrió,
viéndola llena de una luz celeste, y al fondo, a la Virgen , sentada,
sosteniendo al Niño, tal como él y sus compañeros la habían visto en sus
visiones.
³Volvió sobre sus pasos para
contar a los otros lo que acababa de ver (...) Los vi ponerse unos grandes
mantos, blancos con una cola que tocaba el suelo. Tenían un reflejo brillante,
como si fueran de seda natural; eran muy hermosos y flotaban ligeramente a su
alrededor. Eran éstas las vestiduras ordinarias para las ceremonias religiosas.
En la cintura llevaban unas bolsas y unas cajas de oro colgadas de cadenas,
cubriendo todo esto con sus amplios mantos. Cada uno de los Reyes venía seguido
por cuatro personas de su familia, además de algunos servidores de Ménsor que
llevaban una mesa pequeña, una tapete con flecos y otros objetos.
"Los Reyes siguieron a
San José, y al llegar bajo el alero que estaba delante de la gruta, cubrieron
la mesa con el tapete y cada uno de ellos puso encima las cajas de oro y los
vasos que desprendieron de su cintura :
eran los presentes que
ofrecían entre todos.
En el pesebre
"Ménsor y los demás se
quitaron las sandalias, y José abrió la puerta de la gruta. Dos jóvenes del
séquito de Ménsor iban delante de él; tendieron una tela sobre el piso de la
gruta, retirándose luego hacia atrás ; otros dos los siguieron con la mesa,
sobre la que estaban los presentes.
Una vez llegado delante de la Santísima Virgen ,
Ménsor los tomó, y poniendo una rodilla en tierra, los depositó respetuosamente
a sus plantas. Detrás de Ménsor se hallaban los cuatro hombres de su familia
que se inclinaban con humildad. Saír y Teóceno, con sus acompañantes, se habían
quedado atrás, cerca de la entrada.
"María, apoyada sobre
un brazo, se hallaba más bien recostada que sentada sobre una especie de
alfombra, a la izquierda del Niño Jesús, el cual estaba acostado en el lugar en
que había nacido; pero en el momento en que ellos entraron, la Santísima Virgen
se sentó, se cubrió con su velo y tomó entre sus brazos al Niño Jesús, cubierto
también por su amplio velo.
Entre tanto, María había
desnudado el busto del Niño, el cual miraba con semblante amable desde el
centro del velo en que se hallaba envuelto; su madre sostenía su cabecita con
uno de sus brazos y lo rodeaba con el otro.
Tenía sus manitas juntas
sobre el pecho, y a menudo las tendía graciosamente a su alrededor (...) Vi entonces a Ménsor que sacaba de una bolsa,
colgada de su cintura, un puñado de pequeñas barras compactas, pesadas, del
largo de un dedo, afiladas en la extremidad y brillantes como el oro; era su
regalo, que colocó humildemente sobre las rodillas de la Santísima Virgen
al lado del Niño Jesús (...) Después se retiró, retrocediendo con sus cuatro
acompañantes, y Saír, el Rey cetrino, se adelantó con los suyos y se arrodilló
con una profunda humildad, ofreciendo su presente con palabras conmovedoras.
Era un vaso de oro para poner el incienso, lleno de pequeños granos resinosos,
de color verdoso; lo puso sobre la mesa delante del Niño Jesús.
Luego vino Teóceno, el mayor
de los tres. Tenía mucha edad; sus miembros estaban endurecidos, no siéndole posible
arrodillarse; pero se puso de pie, profundamente inclinado, y colocó sobre la
mesa un vaso de oro con una hermosa planta verde. Era un precioso arbusto de
tallo recto, con pequeños ramos crespos coronados por lindas flores blancas:
era la mirra (...) Las palabras de los Reyes y de todos sus acompañantes eran
llenas de simplicidad y siempre muy conmovedoras. En el momento de prosternarse
y al ofrecer sus presentes, se expresaban más o menos en estos términos: «Hemos
visto su estrella; sabemos que Él es el Rey de todos los reyes; venimos a
adorarlo y a ofrecerle nuestro homenaje y nuestros presentes». Y así
sucesivamente (...)
Dulce y amable gratitud
La madre de Dios aceptó todo
con humilde acción de gracias; al principio no dijo nada, pero un simple movimiento
bajo su velo expresaba su piadosa emoción. El cuerpecito del Niño se mostraba
brillante entre los pliegues de su manto.
Por fin, Ella dijo a cada
uno algunas palabras humildes y llenas de gracia, y echó un poco su velo hacia
atrás. Allí pude recibir una nueva lección.
Pensé: «con qué dulce y
amable gratitud recibe cada presente! Ella, que no tiene necesidad de nada, que
posee a Jesús, acoge con humildad todos los dones de la caridad. Yo también, en
lo futuro, recibiré humildemente y con agradecimiento todas las dádivas
caritativas» ¡Cuánta bondad en María y en José! No guardaban casi nada para
ellos, y distribuían todo entre los pobres
(...)
Los honores solemnes
rendidos al Niño Jesús, a quien ellos se veían obligados a alojar tan
pobremente, y cuya dignidad suprema quedaba escondida en sus corazones, los
consolaba infinitamente. Veían que la Providencia todopoderosa de Dios, a pesar de la
ceguera de los hombres, había preparado para el Niño de la Promesa , y le había
enviado desde las regiones más lejanas, lo que ellos por sí no podían darle: la
adoración debida a su dignidad, y ofrecida por los poderosos de la tierra con
una santa magnificencia. Adoraban a Jesús con los santos Reyes. Los homenajes
ofrecidos los hacían muy felices (...)
Agasajo
"Entre tanto, José, con
la ayuda de dos viejos pastores, había preparado una comida frugal en la tienda
de los tres Reyes. Trajeron pan, frutas, panales de miel, algunas hierbas y
frascos de bálsamo, poniéndolo todo sobre una mesa baja, cubierta con un tapete.
José había conseguido estas cosas desde la mañana para recibir a los Reyes,
cuya venida le había sido anunciada de antemano por la Santísima Virgen
(...) En Jerusalén vi hoy, durante el día, a Herodes leyendo todavía unos
rollos en compañía de unos escribas, y hablando de lo que habían dicho los tres
Reyes. Después todo entró nuevamente en calma, como si se hubiera querido
acallar este asunto.
"Hoy por la mañana
temprano vi a los Reyes y a algunas personas de su séquito, visitando
sucesivamente a la
Sagrada Familia. Los vi también, durante el día, cerca de su
campamento y de sus bestias de carga, ocupados en hacer diversas
distribuciones. Estaban llenos de júbilo y de felicidad, y repartían muchos
regalos. Vi que entonces, se solía siempre hacer esto, en ocasión de
acontecimientos felices.
"Por la noche, fueron
al Pesebre para despedirse. Primero fue sólo Ménsor.
María le puso al Niño Jesús
en los brazos; él lloraba y resplandecía de alegría.
Luego vinieron los otros
dos, y derramaron lágrimas al despedirse. Trajeron todavía muchos presentes;
piezas de tejidos diversos, entre los cuales algunos que parecían de seda sin
teñir, y otros de color rojo o floreados; también trajeron muy hermosas
colchas. Quisieron además dejar sus grandes mantos de color amarillo pálido,
que parecían hechos con una lana extremadamente fina; eran muy livianos y el
menor soplo de aire los agitaba.
Traían también varias copas,
puestas las unas sobre las otras, cajas llenas de granos, y en una cesta, unos
tiestos donde había hermosos ramos de una planta verde con lindas flores
blancas. Aquellos tiestos se hallaban colocados unos encima de otros dentro de
la canasta. Era mirra. Dieron igualmente a José unos jaulones llenos de
pájaros, que habían traído en gran cantidad sobre sus dromedarios para
alimentarse con ellos.
La despedida
"Cuando se separaron de
María y del Niño, todos derramaron muchas lágrimas.
Vi a la Santísima Virgen
de pie junto a ellos en el momento de despedirse.
Llevaba sobre su brazo al
Niño Jesús envuelto en su velo, y dio algunos pasos para acompañar a los Reyes
hasta la puerta de la gruta; allí se detuvo en silencio, y para dar un recuerdo
a aquellos hombres excelentes, desprendió de su cabeza el gran velo
transparente de tejido amarillo que la envolvía, así como al Niño Jesús, y lo
puso en las manos de Ménsor. Los Reyes recibieron aquel presente inclinándose
profundamente, y un júbilo lleno de respeto hizo palpitar sus corazones, cuando
vieron ante ellos a la
Santísima Virgen sin velo, teniendo al pequeño Jesús. ¡Cuántas
dulces lágrimas derramaron al abandonar la gruta! El velo fue para ellos desde
entonces la más santa de las reliquias que poseían.
"Hacia la medianoche,
tuve de pronto una visión. Vi a los Reyes descansando en su carpa sobre unas
colchas tendidas en el suelo, y cerca de ellos percibí a un hombre joven y
resplandeciente. Era un ángel que los despertaba y les decía que debían partir
de inmediato, sin volver por Jerusalén, sino a través del desierto, siguiendo
las orillas del Mar Muerto.
"Los Reyes se
levantaron enseguida de sus lechos, y todo su séquito pronto estuvo en pie.
Mientras los Reyes se despedían en forma conmovedora de san José una vez más
delante de la gruta del Pesebre, su séquito partía en destacamentos separados
para tomar la delantera, y se dirigía hacia el Sur con el fin de costear el Mar
Muerto atravesando el desierto de Engaddi.
"Los Reyes instaron a la Sagrada Familia a
que partiera con ellos, porque sin duda alguna un gran peligro la amenazaba;
luego aconsejaron a María que se ocultara con el pequeño Jesús, para no ser
molestada a causa de ellos.
Lloraron entonces como
niños, y abrazaron a san José diciéndole palabras conmovedoras; luego montaron
sus dromedarios, ligeramente cargados, y se alejaron a través del desierto. Vi
al ángel cerca de ellos, en la llanura, señalarles el camino. Pronto
desaparecieron. Seguían rutas separadas, a un cuarto de legua unos de otros,
dirigiéndose durante una legua hacia el Oriente, y enseguida hacia el Sur, en
el desierto.
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