Un
Dios muerto es demasiado para nosotros, Madre.
Se
han ido todos, Madre, te han dejado sola.
Sola
con Él en los brazos, como aquella noche de Belén.
Se
han ido todos: soldados y fariseos, mercaderes e hijas de Jerusalén.
Con
ellos, nos hemos ido todos.
Para
nosotros mismos, Viernes Santo es un momento… Después volvemos a lo mismo.
Arriba
en la cumbre, estás tú sola, Madre. Sola con el Hijo dormido en los brazos.
Todos
los demás nos hemos vuelto al pueblo. A esto que nosotros llamamos tan
pomposamente: asuntos, negocios, quehaceres, obligaciones.
Mientras
tanto, en Jerusalén, el bruto de Malco estará en alguna taberna enseñando la
oreja y diciendo que a él nadie le curó la oreja, porque a él nadie le cortó la
oreja, no hay guapo que se la corte.
Y,
como Malco, muchos de nosotros, fingiendo que Cristo no ha pasado por nuestra
vida, diciendo que nosotros somos tan brutos y tan plantados como cualquiera…
En una palabra: enseñando la oreja.
Mientras
tanto, en una fortaleza de Jerusalén, Pilatos está diciendo a su mujer que esté
tranquila, que él ya se ha lavado las manos doce veces en lo que va del día.
Pilatos
es muy cuidadoso. Quiere estar bien con todos; a todos les ha dado algo; a los
soldados, la coronación de Cristo; a su conciencia, agua y jabón; al César,
miedo y servilismo; a Caifás, la
Sangre de Cristo; a María de Nazaret, permiso para desclavar
y abrazar el Cuerpo muerto de Cristo; a Cristo mismo, un letrero honroso que
dice que es el Rey de los judíos.
Como
Pilatos, un buen número de nosotros, que nos lavamos las manos ante el
sufrimiento de Dios y de los hombres, y procuramos tranquilizar nuestras
conciencias haciendo estas clásicas componendas entre Dios y el diablo, entre
lo que quiere Dios y lo que nos da la gana a nosotros.
Mientras
tanto, la Virgen ,
arriba, sola con el Hijo en los brazos…
Caifás
esta noche cena con el suegro. Están celebrando el triunfo y haciendo planes.
Otra vez a hacerse de oro y a abrir el negocio del Templo. Otra vez la casa de
Dios cueva de ladrones, y los dividendos para Anás y Caifás, S. A. Se han
vengado de Cristo, que limpió el Templo con el látigo.
¿No
ves, María? Fíjate bien en el cuerpo de tu Hijo; ellos se han vengado de los
latigazos con que Él les estropeó el negocio.
¿No
sabías, María, que en cuanto se nos toca el asunto del dinero y del negocio (o de
las vacaciones en días santos), ya no queremos saber nada? Os quedáis solos
Cristo y tú. Al pie de la cruz.
Estás
sola tú con Cristo, porque te han dejado también los buenos.
Un
Cristo muerto era demasiado para nosotros, y te lo hemos dejado a ti sola. La
única que tienes fuerzas para sostener a un Dios muerto en tus brazos.
Y
no nos juzgues demasiado mal por haberte dejado sola con tu Cristo muerto.
Ya
verás cómo al tercer día, cuando nos enteremos de que ha resucitado, volveremos
a creer en Él los pobrecitos cristianos de siempre. Cuando la cosa esté menos
fea, ya verás como vamos volviendo todos.
Y
tú, María, volverás a sonreírnos y harás como si no te hubieras dado cuenta de
que te hemos dejado sola esta tarde.
Autor: Pedro María
Iraolagoitia, S. I. Título original: Soledad. Fuente: Mariología.
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